El aroma a café recién hecho impregnaba el aire, mezclado con el tenue murmullo de los cubiertos sobre la vajilla. El sol se filtraba por las cortinas del enorme comedor, llenando el ambiente de una calidez que contrastaba con la noche anterior.
Ana se sentó frente a la mesa, todavía con el cabello húmedo por la ducha. Había dormido poco, aunque no quería admitirlo. La imagen de Leonardo abrazándola seguía dando vueltas en su cabeza, como una escena grabada en la piel. Intentó concentrarse en el desayuno, en el pan recién tostado y las frutas cortadas con precisión sobre los platos, pero su mente vagaba.
Leonardo estaba sentado a su izquierda, revisando algo en su tablet. Vestía una camisa blanca y pantalón oscuro, el cabello ligeramente despeinado, como si se hubiera levantado hacía poco. Aun así, conservaba esa elegancia natural que parecía innata en él. Frente a ellos, Clara mordía una arepa con queso mientras hojeaba distraídamente una revista.
—¿Durmieron bien? —preguntó Leonardo