Esa misma mañana, como de costumbre, Ana fue a estudiar al instituto. Trató de concentrarse en la clase, pero su mente no dejaba de regresar a lo mismo: la conversación con Leonardo y la inquietud de no saber qué sería de su vida ahora. Cuando sonó el timbre del almuerzo, Marta ya estaba esperándola afuera, como siempre, con esa discreción que la caracterizaba.
Por la tarde, Ana fue a trabajar a Santori Corp. Leonardo no se mostró, pero ella sintió su presencia constante, invisible, como si él cuidara cada detalle sin necesidad de estar frente a ella. A las seis en punto, Marta la acompañó de regreso al apartamento.
—¿Está segura de querer hacerlo hoy mismo? —le preguntó la guardaespaldas mientras subían por las escaleras.
Ana asintió con decisión, aunque el nudo en su garganta la delataba. —Cuanto antes me vaya, mejor. No quiero que Martín aparezca aquí.
Al llegar, Clara ya tenía todo empacado. Dos maletas medianas y una caja con sus cuadernos reposaban junto a la puerta.
—¿Tan rápid