El amanecer se colaba por las cortinas del apartamento, tiñendo de naranja la sala. Ana estaba de pie frente a la ventana, aún en pijama, con el cabello recogido a la ligera. Llevaba toda la semana intentando convencerse de que todo estaba bien, que la vida podía volver a la normalidad después de aquella noche aterradora. Pero cada vez que escuchaba un ruido en el pasillo o veía una sombra moverse, el corazón se le aceleraba sin remedio.
—¿Dormiste algo? —preguntó Clara desde la cocina, sirviendo café.
Ana esbozó una sonrisa débil. —Lo intenté… pero cada vez que cerraba los ojos, recordaba esos golpes en la puerta.
Clara se acercó con dos tazas y le tendió una—. Pero ya pasó, ¿sí? No podemos vivir con miedo.
Ana tomó la taza, agradecida.—Lo intento, Clara. De verdad que lo intento.
El sonido del timbre la hizo dar un brinco. La taza casi se le resbala.
—Tranquila, seguro es el del gas o el del agua —dijo Clara, y fue a abrir.
Pero al ver quién estaba al otro lado, se quedó inmóvil un