El sonido de la puerta cerrándose resonó en el amplio apartamento. Leonardo dejó las llaves sobre la mesa de mármol, se quitó la chaqueta y soltó un suspiro largo.
La noche seguía viva afuera, pero dentro solo reinaba el silencio, ese silencio que antes le gustaba y que ahora se sentía incómodo.
Caminó hasta el ventanal que dominaba la ciudad. Desde allí podía ver las luces extendiéndose hasta el horizonte, parpadeando como si intentaran imitar la calma que él no tenía.
Apoyó una mano sobre el vidrio. El reflejo le devolvía la imagen de un hombre que aparentaba controlarlo todo… pero que seguía pensando en la misma mujer desde que se alejó en aquel taxi.
Ana Ramírez.
Apretó la mandíbula y se frotó el cuello.
No entendía por qué no podía apartar esa escena de su cabeza. Su voz temblorosa, la forma en que lo miró antes de subir al auto… No era compasión lo que había sentido por ella. Era otra cosa. Algo que no le pasaba con nadie desde hacía años.
—Maldita sea… —murmuró entre dientes, s