El reloj marcaba la una de la tarde cuando Ana llegó a Santori Corp.
El aire frío del edificio la recibió como siempre, pero esta vez sintió algo distinto, una mezcla de nervios y curiosidad.
Aún no podía creer lo que había pasado hace solo un rato. Leonardo había aparecido en el instituto… justo cuando Martín la estaba esperando.
Se obligó a respirar profundo.
Tenía que concentrarse. No podía dejar que algo tan personal interfiriera con su trabajo.
Entró a su oficina, dejó la cartera en el perchero y encendió el computador.
El brillo de la pantalla la distrajo unos segundos, hasta que la puerta se abrió sin previo aviso.
—¿Puedo pasar? —preguntó una voz grave.
Ana levantó la vista.
El corazón se le detuvo por un instante.
Leonardo Santori estaba ahí.
Llevaba el traje perfectamente ajustado, la corbata ligeramente aflojada, y esa mirada firme que parecía leer más de lo que uno decía.
Ana se incorporó enseguida.
—Señor Santori… —balbuceó— no esperaba verlo tan pronto.
—Lo noté —respond