Los días en el Instituto se habían vuelto rutina para Ana, pero una rutina llena de desafíos y logros. Cada mañana, al llegar al aula, sentía una mezcla de emoción y concentración. Sus compañeros conversaban mientras se acomodaban en sus puestos, y el murmullo de hojas y teclados creaba un ambiente que Ana empezaba a disfrutar.
Desde el primer día, Ana había demostrado disciplina. No solo cumplía con los ejercicios, sino que los mejoraba. Sus informes eran claros, bien estructurados y completos. Los ejercicios de redacción y manejo de datos, que al principio le parecían complicados, ahora los enfrentaba con seguridad. Cada comentario del profesor Rodríguez era un incentivo, y cada mejora que lograba se reflejaba en su confianza.
Marcela, su compañera de asiento, notaba el cambio en Ana, lo comentaba con admiración y aveces hasta con cierta envidia.
—Ana, pareces otra —dijo un día mientras organizaban juntos unos informes—. Antes dudabas de todo, y ahora… no sé, parece que todo te sale