El sonido insistente del despertador retumbó en la habitación. Ana abrió los ojos de golpe, el corazón latiéndole rápido. No era un día cualquiera; ese día podía marcar un antes y un después en su vida. La oportunidad que el profesor Rodríguez le había conseguido era demasiado importante para dejarla escapar.

Se levantó con torpeza, tropezando con la alfombra, y fue directo al baño. El agua fría en su rostro le devolvió algo de calma, pero sus pensamientos corrían a mil por hora: ¿Y si no me va bien? ¿Y si no soy suficiente?

Clara ya estaba despierta, sentada en la mesa con una taza de café entre las manos. Cuando vio salir a Ana con el cabello húmedo y los ojos llenos de ansiedad, sonrió con suavidad.

—Hoy es tu gran día —dijo con voz cálida—. No lo olvides, Ana. Una entrevista no es solo que ellos te evalúen, también es que tú te des la oportunidad de mostrar quién eres.

Ana suspiró, recogiendo su bolso.

—Lo sé, pero… me tiemblan las manos.

Clara se levantó y la tomó por los hombros