La tarde del viernes llegó más rápido de lo que Ana hubiese querido. Desde temprano había dejado listo el vestido, los zapatos y los accesorios sobre la cama. Aun así, al mirarlos, una mezcla de emoción y miedo la envolvía.
Se dio una ducha larga, dejando que el agua tibia acariciara su piel y borrara un poco la tensión acumulada en los hombros. Al salir, se miró al espejo y apenas reconoció su reflejo. Su cabello, que solía llevar recogido de manera descuidada, lo dejó suelto, con ondas suaves que caían sobre sus hombros. Clara la había convencido de hacerse un pequeño peinado lateral con un broche plateado adornado con diminutas piedras brillantes, que le daba un aire elegante y femenino.
El vestido, de un tono azul noche, era sencillo pero cautivador. Tenía un escote en V que no resultaba atrevido, sino delicado, y unas mangas cortas que dejaban entrever la tersura de sus brazos. El corte ceñía suavemente su cintura, destacando sus curvas naturales, y la falda caía con fluidez hast