La noche cayó serena, como si nada malo pudiera ocurrir. Ana estaba cansada después de un día largo, pero la sorpresa de ver a Martín llegar más tranquilo de lo usual le llenó el pecho de una extraña esperanza. Él no llegó con gritos ni reproches, sino con una bolsa en la mano y una sonrisa casi tímida.
—Te traje algo de cenar —dijo, mostrando una caja con pollo asado y arepas recién hechas.
—¿De verdad? —Ana abrió los ojos, incrédula.
—Sí… pensé que podíamos comer juntos. Como antes.
El corazón de Ana se estremeció. Ese "como antes" la transportó a los pocos recuerdos felices de su matrimonio, a esos días en que se sentía querida. Se sentaron en la mesa y, por primera vez en mucho tiempo, compartieron la cena sin tensiones. Martín incluso le preguntó por su día y la escuchó con atención, o al menos eso parecía.
—Te extrañé, Ana —murmuró él en un momento, acariciándole la mano.
—Yo también quería que volviéramos a estar bien… —respondió ella, con la voz quebrada.
Después de cenar, ell