El jardín de la mansión Domínguez estaba decorado con luces cálidas, guirnaldas de papel, y una mesa central repleta de dulces color pastel. Lucía corría entre los invitados con una corona de flores en el cabello, saludando a todos como si fuera la reina de la tarde. Su risa era contagiosa.
Ana llegó puntual, con un vestido azul profundo que resaltaba su elegancia serena. Susan la acompañaba, fiel a su promesa de no dejarla sola en un evento tan cargado de emociones. Ambas cruzaron el portón principal y caminaron hacia el jardín, donde la música suave y el murmullo de los invitados creaban una atmósfera casi mágica.
Alejandro las vio llegar desde la terraza. Su mirada se detuvo en Ana, como si el tiempo se ralentizara. Ella sonrió con timidez, y él bajó los escalones para recibirlas.
—Te ves hermosa —susurró Alejandro, sin apartar los ojos de ella.
Ana bajó la mirada, pero no pudo evitar sonreír. Susan, a su lado, observaba todo con discreción, hasta que sintió una mirada fija desde e