El silencio se apoderó de la sala de reuniones. Alejandro, de pie junto a la mesa, dejó caer el celular de sus manos como si el mundo acabara de romperse frente a él. Los ejecutivos presentes lo miraban con desconcierto, sin entender qué ocurría.
Richard, su asistente, se levantó de inmediato.
—¿Señor Alejandro? ¿Se encuentra bien?
Pero Alejandro no respondía. Había entrado en un trance. Las voces a su alrededor eran ecos lejanos. Su mente se había desconectado, atrapada en una imagen: Ana, en peligro.
Una voz más fuerte lo sacó de ese estado. Era Alberto, que también estaba presente en la reunión. Al ver el rostro desencajado de Alejandro, se acercó con preocupación.
—¿Qué pasa?
Alejandro lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Secuestraron a Ana.
De inmediato se incorporó, tomó el celular de las manos de Richard y marcó el número de Ana. Pero el teléfono sonaba apagado. Pensó en Susan. Ana había dicho que se vería con ella. ¿Y si también la habían raptado?
Sin tener el número de S