La noche de la gala empresarial llegó con elegancia y expectativas. Aunque Alejandro deseaba que Ana lo acompañara, entendía que no podía. El cabestrillo en su brazo la hacía sentir incómoda, y prefería evitar miradas innecesarias. Aun así, antes de que él saliera, Ana lo despidió en la puerta de la mansión con un beso largo, profundo, lleno de amor y complicidad.
—Te amo —le susurró, con la voz cargada de emoción.
—Y yo a ti —respondió Alejandro, acariciando su mejilla—. Volveré pronto.
Al llegar al Club Campestre Los Lagos, Alejandro fue recibido por luces cálidas, música instrumental y un ambiente de lujo discreto. Caminó entre empresarios y socios, saludando con cortesía, pero sin dejar de pensar en Ana.
Desde el otro extremo del salón, Alberto Durán lo percibió. Se acercó con paso firme, vestido con un traje impecable, y lo saludó con una sonrisa contenida.
—Alejandro, me alegra que hayas venido. ¿Y Ana? —preguntó, intentando sonar casual, aunque sus ojos revelaban inquietud.
Alej