Desde el otro lado de la ciudad, Mario recibía instrucciones precisas. Debía comunicarse con Alejandro y pedir un rescate. La idea era hacerle creer que se trataba de un intercambio: dinero por Ana. Pero la verdad era mucho más oscura. Quien estaba detrás de la llamada no tenía intención de devolverla. Ana no debía regresar.
Mario aceptó. Tomó un teléfono con una SIM nueva, sin registrar, y se dirigió al parque cercano al hospital donde Ana trabajaba. Si intentaban rastrearlo, se llevarían una sorpresa.
Después de dos timbrazos, Alejandro contestó.
—¿Hola?
Mario, con un pañuelo cubriendo su boca para distorsionar la voz, respondió con tono frío:
—Cinco millones de dólares. En efectivo. Eso a cambio de que tu mujersita siga con vida. Si quieres volver a verla, ya sabes lo que tienes que hacer.
Alejandro sintió que el mundo se detenía. Los oficiales a su alrededor le hacían señas para que mantuviera la llamada activa unos minutos más. Necesitaban rastrear la señal.
—Quiero pruebas —exig