Carlos, Alberto y Susan seguían de cerca la ambulancia que trasladaba a Ana. El silencio en el auto era denso, solo interrumpido por el sonido del motor y el latido acelerado de sus corazones.
Carlos no soltaba la mano de Susan. La miró con ternura y preocupación.
—Eres valiente, Susan. Pero por favor… no lo vuelvas a hacer. No podría resistir si algo te pasara.
Susan bajó la mirada. Alberto, desde el asiento trasero, le puso una mano en el hombro.
—Gracias por lo que hiciste por mi hija. Nunca olvidaré este sacrificio.
Susan asintió. Con voz baja, respondió:
—Ana es muy importante para mí. Más que una amiga… es mi hermana. Sé cuánto sufrió en su infancia. Yo prometí estar siempre ahí para ella.
Miró a Carlos, que conducía con el rostro tenso, y luego a Alberto, que la observaba con respeto.
—Lo volvería a hacer mil veces por ella.
Se recostó en el asiento. Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Solo deseaba que no hubiera sido demasiado tarde. Que Ana y su bebé estuvieran b