🕔 Nueva York, 5:00 a. m. Como cada mañana, me dispongo a iniciar mi rutina. A mis treinta años, he logrado abrirme paso en el exigente mundo de la salud, destacando como una cirujana comprometida y apasionada. Después de ejercitarme, aún con tiempo de sobra, me sumerjo en mi tina de baño. Al cerrar los ojos, los recuerdos me envuelven: mi pasado, las luchas, los sacrificios. Nada ha sido fácil, y lo sé muy bien. Tuve que dejar atrás a mi familia… y a mi primer amor. O mejor dicho, el único hasta ahora.De pronto, abro los ojos de golpe. El reloj marca las 6:20 a. m. Me había perdido en mis pensamientos más de lo que creía. Solo me quedaban cuarenta minutos para alistarme y salir rumbo al hospital. Ya lista, salgo de mi apartamento y camino hacia la estación. El tren me lleva directo al Hospital General, donde trabajo desde hace un año. Por fortuna, está a solo veinte minutos.Al llegar, me detengo en la entrada, respiro profundo y cruzo el umbral. No es fácil presentarse en el trabajo
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