La luna menguante apenas iluminaba el sendero que Lilith recorría en dirección al lago. Necesitaba ese momento de soledad, lejos del bullicio de la manada y de la mirada penetrante de Damián. Las últimas semanas habían sido intensas; su relación con el Alfa oscilaba entre momentos de pasión desenfrenada y tensiones no resueltas que amenazaban con separarlos nuevamente.
El bosque nocturno la recibió con su sinfonía de sonidos: el ulular de un búho, el crujir de las hojas bajo sus pies, el susurro del viento entre los árboles. Lilith respiró profundamente, dejando que el aroma a pino y tierra húmeda llenara sus pulmones. Aquí, lejos de todo, podía pensar con claridad.
Se detuvo junto a una roca plana que se proyectaba sobre el agua cristalina. La superficie del lago reflejaba las estrellas como un espejo perfecto. Se sentó, abrazando sus rodillas contra el pecho, y cerró los ojos.
No escuchó los pasos que se acercaban sigilosamente por detrás.
El primer indicio de peligro fue un cambio