Mientras la periodista trabajaba, pensé en la frase que me dijo la voz desde la oscuridad: «Quiero ver qué tan lejos llegarías por amor.» No era una pregunta retórica. Era una medida. Y la medida, en ese instante, me pareció insoportable: no por mí, sino por todo aquello que me une a Sebastián y que ahora, de pronto, debía sostenerse frente a la monstruosidad de quien había decidido convertir nuestras noches en espectáculo.
La cafetería era un refugio con ventanas. Yo estaba detrás del vidrio y, por primera vez en días, sentí el peso de la exposición que alguien había impuesto sobre nosotros. Respiré hondo y volví a la periodista. El plan seguía adelante; la verdad, lenta y precisa, era ahora nuestro único arma. Pero en la nuca la sensación no cesaba: alguien estaba contando hasta que nos quebráramos. Y la cuenta había empezado.
PDV Sebastian
El silencio de la habitación vuelve a apretarme el pecho. Aunque ya no estoy en el hotel donde la dejé por última vez, la sensación es la misma: