La vida de Isabella dio un drástico giro cuando salió embarazada, lo que empezó con amor termino convirtiéndose en una cruel pesadilla, donde la traición con traición se paga, y los que destruyeron su felicidad pagarían un alto precio. Cuando Sebastian reconoció a su primer amor, se dio cuenta de que haría lo que fuera por tenerla, pero Isa tenía un oscuro pasado y arrastraba consigo un inmenso dolor y una sed de venganza… Pero Sebastian estaba decidido a tenerla. Incluso él se convertiría en su espada, pondría a sus enemigos de rodillas antes sus hermosos pies a cambio de su felicidad… Y eso es exactamente lo que haría.
Leer másEl corazón de una joven madre se apretaba en su pecho, mientras dolorosas lagrimas resbalan sin parar por su rostro. Isabella permanecía fuera de la unidad de cuidado intensivos pediátrica y solo podía observar a su hija Eva, una pequeña niña de tres años, a través del grueso cristal que la mantiene aislada. Solo podía ver a su hija durante diez minutos al día, y, aun así, tenía que mantenerse alejada de ella. Para prevenir infecciones bacterianas y víricas, los médicos habían tomado todas estas medidas de seguridad por precaución.
—Eva, soy yo, soy tu madre, puedes oír mi voz, ¿verdad? —Susurró por el intercomunicador en la pared, a un lado del cristal.
Las pestañas de su bebé aletearon, con visible esfuerzo Eva intentaba abrir sus ojos sin éxito, Isa solo podía imaginarse el dolor que sentía, y solo eso fue suficiente para saber que ella escuchaba su voz de su madre incluso amortiguada por el cristal.
Tenía tanto miedo de dejarla sola, pues sabía que ese era el mayor miedo de Eva, estar sola y encima en un lugar desconocido.
¡Solo tiene tres años!
Y tiene que experimentar tanto dolor. Como madre, ella sentía que su corazón se desgarraba lentamente.
Observó horrorizada su piel morada de tantos golpes y alguna que otra quemadura de lo que parecía ser cigarrillos, y apretó sus puños a sus costados. Su pequeña cabeza estaba envuelta en vendas, la niña acababa de salir de cirugía.
Cuando hizo llego al hospital le dijeron que Eva había sufrido una caiga… Pero el resto de golpes en su cuerpo indicaban mucho más que eso.
«Esos hijos de puta» el pensamiento cruzo por su mente y no puede evitar apretar moler dientes con sus encimas, la ira la estaba consumiendo.
¿Cómo se atreven?
¡¿Cómo pueden hacerle daño a una bebé?!
El monitor emitía un monótono tictac, como un cuchillo sin filo que la cortaba el tímpano. La línea verde del electrocardiograma se retorció y saltó en la pantalla. El respirador emitió repentinamente una alarma rápida y la respiración de Isa se detuvo.
«Oh, Dios, no…»
—¡Ayúdenla! — El grito brotó de su garganta desgarrada, sólo para disiparse en un débil eco en el pasillo vacío. Sentía las piernas como si se le hubieran quedado sin huesos y, de repente, la esquina de una bata blanca brilló al doblar la esquina, y ella explotó al instante con las últimas fuerzas que le quedaban, rodando y arrastrándose mientras se abalanzaba sobre ella. En el momento en que agarró el brazo de la otra persona, las lágrimas se precipitaron como un dique, el rímel mezclado con lágrimas se quedó en su cara, toda ella estaba hecha un lío. —¡Por favor, doctor! Sólo tiene tres años…
Las palabras no cayeron, sus rodillas golpearon el suelo fuertemente, el dolor agudo, pero no comparado con la desesperación como un millón de flechas atravesando el corazón por dentro. La inocente sonrisa de Eva seguía destellando ante sus ojos, pero ahora aquella carita tan hermosa estaba pálida como el papel, sin vida. Agarró el puño del otro lado con todas sus fuerzas, como si estuviera agarrando la última gota, su voz llena de temblores y súplicas
—Ella no está bien, no puede ser…
Sin fuerzas sus piernas, Isa cayó en medio del pasillo, de rodillas y sollozando con fuerza. Gracias a Dios unos enfermeros acudieron a sus suplicar, pasando de ella y apresurándose a la habitación de Eva.
Isa estaba paralizada en el suelo, sin poder dejar de llorar.
No sabía qué hacer en ese momento.
Su mundo lentamente se desvanecia.
Sin muchas fuerzas se arrastró de vuelta a la habitación, observó estupefacta como los médicos y enfermeros hacían lo posible por estabilizar a la pequeña. Las líneas en la pantalla del electrocardiograma temblaron violentamente. Isa veía la lucha y el dolor de Eva, y solo podía estar parada fuera de la ventana de cristal, sintiéndose más indefensa que nunca. Apretó las palmas de las manos contra el cristal dando golpes con todas sus fuerzas, pero era inútil.
Con rabia y dolor clavó las uñas de sus dedos profundamente en la carne, creando media lunas en la palma, pero simplemente ella no podía sentir el dolor.
Nada de lo que hiciera ahora podía servir en ese momento, ya era demasiado tarde.
Siguió observando a su pequeña a través del cristal incluso cuando los médicos cubrieron su rostro con una sábana blanca, indicando lo que en su mente se negaba a aceptar. El médico responsable abrió la puerta por la que Isabella no tenía permitido el paso. Tan solo el personal médico.
—Señorita, lo lamento mucho. —Pronuncio el doctor, viéndose realmente abatido y como si tratara de aliviar de algún modo algún sentimiento de culpa, continuó: —La niña vino en muy mal estado, el golpe en su cabeza causo laceraciones en el cráneo, una terrible contusión cerebral, tratamos de estabilizarla con anticoagulantes, antibióticos y antinflamatorios después de la cirugía… Pero no fue suficiente. Siento mucho su perdida.
—¿Cómo pudo pasar esto? —Susurró ella
En ese momento, el olor a desinfectante se volvió cada vez más intenso, como si se hubiera convertido en una cuerda que la estrangulaba hasta dejarla sin aliento. Las lágrimas caían en grandes gotas sobre el suelo, formando reflejos distorsionados en las baldosas. En esos reflejos, se veía a sí misma con el pelo revuelto y la mirada vacía, como un cadáver andante al que le hubieran arrancado el alma.
—La policía está tratando de averiguarlo… de hecho, quieren hacerle algunas preguntas —Dijo el doctor, retirándose.
Isa asintió en silencio, estaba segura de que tendría algo que declarar, después de todo ella era la madre de Eva… Aunque las hayan mantenido alejadas por un año.
Pero justo ahora, responder preguntas es lo último que quería.
—Soy el oficial Clark, señora Isabela —Un oficial de policía se acercó —Necesito hacerle unas preguntas.
Isa asintió, agobiada
—¿Tiene alguna relación con el padre de la menor? —Fue lo primero que le pregunto el oficial
—No, nos separamos hace un año —respondió ella, indiferente —Él sé que quedo con la custodia de la niña…
—Si, en el informe leí algo sobre su incapacidad para cuidarla…
—¿Incapacidad? —Isa gruñó, enfrentándolo —Carlos me engaño con una compañera de trabajo, cuando decidí dejarlo me dejo en la calle… Sin trabajo ni un hogar el tribunal se puso de su lado.
El oficial Clark asintió, tomando notas en una especie de libreta.
—Entiendo, Isabela —Murmuró él —Sé que la niña estuvo al cuidado de su padre en todo este tiempo, pero debo preguntarle… ¿Alguna vez observo a Eva siendo maltratada por él o su nueva esposa?
Isabella se estremeció en su lugar, dándose cuenta de lo que él trataba de insinuar.
—Usted cree que…
—Señorita, no es mi deber hacer suposiciones, solo estoy investigando —Aclaró el oficial —Ya tenemos la entrevista al señor Carlos, él y la señora Bella dicen que la niña se cayó por una escalera.
—Su cuerpo tenia viejas cicatrices y moretones… No fue solo un accidente por las escaleras —Murmuró ella, enojada.
—Sé lo que está pensando —Él trato de ofrecerle una sonrisa tranquilizadora —Pero deje la investigación en nuestras manos. Solo estoy haciéndole preguntas de rutina.
Ella asintió en silencio.
El resto de las preguntas se limitaron a respuestas monosílabas de “si y no”. En su cabeza aun prevalecía las suposiciones del oficial, y para cuando el interrogatorio termino Isa ya se encontraba al lado de camilla donde descansaba el cuerpo inerte de su hija.
Con delicadeza apartó la sabana de su rostro, acariciando una de sus mejillas con ligeras marcas de quemaduras pasadas. Su piel aún estaba tibia y de no ser porque sabía que ya su alma no estaba dentro de su cuerpo, de lo contrario habría pensado que simplemente estaba dormida.
¿Un caso de negligencia?
¿Un accidente?
En el fondo de su corazón sabía muy bien de que se trataba de algo mucho más grande
—Mi dulce niña —Susurró, acariciando el rostro de Eva con sus dedos temblorosos—El responsable de esto lo pagara, lo juro.
Al inclinarse, las puntas de su cabello rozaron los labios pálidos de ella. Con el pulgar tembloroso, le frotó con fuerza los párpados cerrados. De repente, la abrazó con tanta fuerza que parecía querer fundirla con su propia carne y hueso.
«Está muerto, ya está hecho» pensó Sebastian, mirando el cuerpo de Carlos inerte en el suelo. La escena era una mezcla de caos y silencio. La sangre se extendía por el suelo, formando un charco oscuro que parecía absorber toda la luz del lugar. Sebastian sintió cómo el peso de la realidad le aplastaba el pecho. En ese instante, una parte de él, la más oscura y fría, encontraba cierta tranquilidad en la idea de que Carlos ya no podía hacer daño, que todo ese mundo peligroso, ese juego de traiciones y balas, estaba a punto de terminar para siempre.Muy en el fondo, eso le daba tranquilidad. Significaba que Isabella estaba cada vez más cerca de la verdad, de la venganza. De la justicia.Dejó el cuerpo en el suelo, con cuidado, apenas queriendo ensuciarlo más. Cuando estuvo a punto de tomar su teléfono y hacer esa llamada que todos temen, supo que necesitaba actuar con rapidez. Se cubrió con la columna de cemento más cercana, sus dedos temblando al buscar en el interior del saco un sobre
Isabella parpadeó, y solo entonces sintió una sola lágrima resbalar por su mejilla, como un hilo de cristal que se desliza en silencio. Sin pensarlo, levantó la mano y la limpió con el dorso, como si quisiera borrar esa evidencia de su dolor. Pero no pudo evitar sentir en su alma el peso de esa lágrima, de ese momento de vulnerabilidad, de esa caída en un abismo de desesperación.¿Cómo se había equivocado tanto en la vida? La pregunta resonaba en su mente como un eco insoportable, una condena que se repetía una y otra vez. La culpa era un monstruo que se había instalado en su pecho, apoderándose de ella lentamente, con cada pensamiento, con cada recuerdo. En parte, se sentía responsable de la muerte de Eva, su hija. La pequeña, que había sido todo su amor, toda su esperanza, ahora solo era un recuerdo difuso y doloroso, encerrado en un ataúd de lágrimas y remordimientos. Ella había escogido un pésimo padre para su hija. Un hombre que en apariencia parecía amable, pero que en realidad
Isabella lloró desconsoladamente, su cuerpo cayendo de rodillas y soltando el arma en su mano.Acababa de matar a CarlosTodavía se recriminaba todo el tiempo que aguanto al lado de Carlos, un hombre con un atractivo y una inteligencia que deslumbraría a cualquier mujer, pero lo que tenia de guapo lo tena de déspota y machista, habia tardado en darse cuenta del terrible error que estaba cometiendo cuando decidió estar en una relación de más de tres años con un hombre como él, al principio todo era hermoso, parecía una novela o una de esas películas románticas cursis que solía ver los viernes por la tarde, desde luego que él se comportó como un hombre ejemplar, todo un modelo a seguir hasta que muy lentamente empezó a mostrar su verdadera formaIsabella maldijo el día en quedo totalmente deslumbrada por su inteligencia y su atractivo, siempre parecía decir las palabras correctas en el momento indicado, casi parecía un hombre perfecto, luego de algunas citas habian empezado una relación
—¿Y Bella? —preguntó ella, con una voz temblorosa, pero desafiante— Ella es tu esposa ahora.Las demás palabras, las amenazas, los insultos, llegaron en un torrente, en un ejército de palabras cruzadas que solo buscaban lastimar. Carlos no tardó en responder, con una sonrisa llena de desprecio.—Bella es sexy. Y su familia tiene mucho poder —Carlos reflexiono— Pero eso no importa. Siempre serás mía, Isabella. Aunque estemos divorciados.—Mataste a tu propia hija… —Isabella entrecerró los ojos en su dirección—Pfff —Carlos suspiró —También matare a Sebastian por tocar lo que es mio.Esas palabras despertaron en ella una tremenda angustia, un deseo de luchar contra esa locura, contra esas amenazas. La idea de que pudieran hacerle daño a Sebastián la llenó de una energía salvaje, una fuerza que no sabía que poseía.—¡No puedes hacer eso! —exclamó con todas sus fuerzas, pero Carlos la acalló con un beso forzado en los labios. Era asqueroso, humillante, una violación de su voluntad, un act
—Despierta, zorra —La voz masculina resonó con una dureza que heló la sangre en las venas de Isabella. Era un gruñido áspero, una orden que no admitía réplica, que parecía provenir de las entrañas mismas de un animal salvaje, un depredador que aún no había saciado su hambre. Y, al instante, ese gruñido se vio acompañado por la fría presencia de agua helada que estrelló contra su rostro. La sensación era casi insoportable: agua que penetraba en cada poro, enredándose en su cabello, formando un manto de hielo que le atravesaba los sentidos.Isabella se removió, luchó por reaccionar, por levantarse, pero fue en vano. Estaba completamente atada, sus manos y piernas inmovilizadas.La sensación de vulnerabilidad la apuñalaba con cada segundo. El miedo, esa entidad persistente, latía en su pecho, y el frío le calaba hasta los huesos, haciéndola temblar como una hoja en medio de una tormenta.—Eres un hijo de puta— susurró con una mezcla de rabia y desesperación, pero su voz quedó cortada por
Los hombros de Isabella se desplomaron. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, no podia engañarse asi misma.Sebastian habia muerto, nadie sobrevivía a una explosión. Nadie.Reconocía la voz de Carlos, su ex esposo.Nada bueno acudía a su mente. La fuga seguía siendo su mejor opción. Solamente debía pensar en un buen plan para ello. Presumiblemente él la llevaría a algún lugar, aparcaría y después vendría de nuevo a por ella con un arma. Esa vez temía que tendría que correr el riesgo de que la lastimara. No lo buscaba, pero podría sufrir aún más si no lo hacía. El sonido de la furgoneta se detuvo.Era hora de escapar.Sintió como su cuerpo se tensaba cuando la furgoneta se balanceó. Notó como Carlos se bajaba del vehículo y luego escucho el sonido de la puerta al cerrarse. Isabella dio un tirón de prueba a sus esposas, sorprendiéndose cuando el crujido del metal al estirarse alcanzó sus oídos. Estaba a punto de dar un tirón más fuerte cuando se abrieron las puertas traseras.
Último capítulo