Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa vida de Isabella dio un drástico giro cuando salió embarazada, lo que empezó con amor termino convirtiéndose en una cruel pesadilla, donde la traición con traición se paga, y los que destruyeron su felicidad pagarían un alto precio. Cuando Sebastian reconoció a su primer amor, se dio cuenta de que haría lo que fuera por tenerla, pero Isa tenía un oscuro pasado y arrastraba consigo un inmenso dolor y una sed de venganza… Pero Sebastian estaba decidido a tenerla. Incluso él se convertiría en su espada, pondría a sus enemigos de rodillas antes sus hermosos pies a cambio de su felicidad… Y eso es exactamente lo que haría.
Ler maisLas luces de la ciudad aún parecían arder en los ojos de Isabella cuando por fin el auto se detuvo frente a un viejo edificio de ladrillo, casi olvidado entre la maleza y la humedad del barrio industrial. Sebastián bajó primero, echando un vistazo rápido a los alrededores antes de abrir la puerta para ella. El silencio del lugar era inquietante, apenas roto por el eco lejano de un tren nocturno y el chillido metálico de un poste eléctrico en mal estado.—¿Aquí? —preguntó Isabella con el ceño fruncido, mirando el lugar como si fuera una trampa disfrazada de salvación.—Sí. Aquí —afirmó Sebastián con una seguridad que parecía más fuerte de lo que realmente sentía—. Confía en mí.Isabella lo siguió con pasos cautelosos, llevando consigo el peso del cansancio, el miedo y la rabia que le quemaban el pecho. Aún podía sentir en la piel la sombra del sicario que los había perseguido, el mismo fantasma que Omar Millán había lanzado para acabar con su vida. El recuerdo de su respiración conteni
El humo del cigarro se elevaba en espirales lentas, disipándose apenas en el aire cargado del despacho de Omar Millán. La lámpara de cristal que pendía del techo iluminaba con un resplandor amarillento los muebles de caoba, el suelo de mármol y la imponente figura del jefe del clan Millán. Sentado en su butaca de cuero, con el rostro endurecido por los años y la sangre que pesaba sobre su nombre, Omar escuchaba en silencio.Frente a él, de pie como una sombra recortada contra la luz tenue, estaba **El Fantasma**. El sicario permanecía inmóvil, su rostro en penumbra, salvo por el destello de sus ojos oscuros.—Fallaste —dijo Omar al fin, con una calma tan peligrosa que hacía más daño que un grito.El Fantasma no respondió al instante. Su respiración era apenas perceptible. Sabía que el silencio de Omar era un cuchillo suspendido en el aire.—Ella escapó —contestó con voz grave, apenas un susurro—. Tenía a alguien más con ella… un hombre. No estaba sola.Omar golpeó el escritorio con el
El mundo se quedó en silencio justo cuando las luces se apagaron.El zumbido de los fluorescentes murió en un quejido metálico y, de pronto, el edificio entero quedó sumido en una oscuridad espesa. Isabella contuvo la respiración, sintiendo cómo su corazón martillaba en sus costillas con una violencia casi dolorosa. El aire mismo parecía haberse congelado.—Sebastián… —susurró apenas, como si su voz pudiera atraer al cazador que sabía que estaba allí.Él la tomó de la mano con firmeza, sus dedos tibios aferrándola con una fuerza que la obligó a mantenerse anclada a esa realidad. Podía sentir cómo también su pecho subía y bajaba con respiraciones contenidas, tensas, medidas. Sebastián no era ajeno al peligro; había aprendido a vivir con él.Un crujido, lejano, resonó en el pasillo. El roce metálico de un arma siendo cargada.Isabella lo supo de inmediato: **El Fantasma** estaba allí, jugando con la penumbra, moviéndose con esa precisión de cazador que lo hacía tan temido.—Tenemos que
Las noches se volvieron más tensas. Ella desconfiaba de todo, él intentaba mantener la calma, pero ambos sabían que cada movimiento podía ser el último.Una noche, después de revisar los supuestos informes de *Centinela*, Isabella estalló.—¡No podemos fiarnos de alguien que no conocemos! ¿Qué pasa si terminamos en una emboscada?Sebastián la sujetó por los hombros, mirándola con intensidad.—Isa, mírame. Yo no voy a dejar que nada te pase. Confía en mí.Ella lo miró, con los ojos cargados de lágrimas que se negaban a caer. Entre el dolor y la rabia, lo besó de golpe, con una pasión desesperada. El beso no fue dulce, fue una descarga de emociones contenidas: miedo, deseo, necesidad de sentir que aún estaban vivos.Sebastián respondió con igual intensidad, estrechándola contra él como si quisiera borrar el mundo exterior. Por un momento, el caos desapareció. No había sicarios, ni amenazas, ni Millán. Solo ellos, aferrándose el uno al otro como náufragos.Cuando se separaron, Isabella re
De vuelta en el apartamento, Isabella y Sebastián trabajaban en silencio frente a un tablero improvisado. Habían colocado fotos, mapas, nombres, todo lo que tenían sobre los Millán.Sebastián señalaba con un marcador rojo.—Oscar es el punto débil. Siempre fue el que presionó a Carlos y Bella, pero también el más impulsivo. Si lo exponemos primero, los demás empezarán a tambalearse.Isabella lo observó con atención.—Quiero que sufra. Quiero que sepa que lo vi venir. Que fue él quien encendió la mecha.Sebastián asintió.—Lo hará. Pero recuerda, Isa: el dolor de ellos no puede costarnos la vida. Tenemos que usar la inteligencia.Ella guardó silencio un momento. Luego, suavemente, tomó la mano de Sebastián.—Gracias. Por estar aquí. Por no dejarme caer en el abismo sola.Él la miró con intensidad.—Yo también te necesito, Isa. Esto ya no es solo tu guerra. Es nuestra.Sus labios se encontraron otra vez, esta vez más lentos, más profundos. No era un beso de pasión desbordada, sino de co
El silencio de la sala de reuniones en la mansión Millán era sofocante. Las paredes altas, decoradas con mármol y oro, parecían comprimir el aire con un peso invisible. Omar Millán se encontraba sentado en la cabecera de una mesa rectangular de madera oscura, sus dedos golpeando rítmicamente el brazo de la silla de cuero. Frente a él, con la cabeza baja y los brazos cruzados detrás de la espalda, estaba “El Fantasma”, el hombre que en los círculos más oscuros del crimen era considerado un mito.Pero para Omar Millán, aquel mito se estaba convirtiendo en una frustración.—Han pasado días —la voz de Omar retumbó en el eco de la sala—. Días… y todavía no tienes nada.El Fantasma, con su rostro cubierto parcialmente por la sombra de la capucha negra que siempre llevaba, levantó apenas la mirada. Sus ojos, fríos como acero, no parpadearon.—La mujer es astuta. No se mueve sin precaución. Ha cambiado de refugio más de una vez. Su rastro es limpio, apenas deja huellas.Omar apretó los dientes





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