“Sebastián”
La voz llenó la habitación como si siempre hubiese pertenecido allí, acomodada entre los zócalos y las sombras. Encontrarse escuchando la calma de quien te esperaba fue un ataque directo al estómago; algo en mí se dobló y, por un segundo, la lucidez se deslizó hacia el temor más antiguo. Me obligué a respirar despacio, a medir cada músculo del cuerpo, a que la sangre volviera a circular en la razón.
—Bienvenido, Sebastián. Llegaste justo a tiempo.
La estancia estaba iluminada por la luz fría de los monitores. En la pantalla, la secuencia de imágenes mostraba fragmentos de nuestras vidas: la foto en la que dormíamos, el timelapse del bolso en la silla, la última captura de Isabella en la cafetería. Todo organizado con la ventaja cruel del que diseña un guion para provocar la reacción perfecta.
No lo vi al principio. La silla junto a la estación de monitores seguía vacía. Pero sabía que no estaba solo en la habitación. Un hombre se sostiene en la sombra con la ventaja de qui