El corazón de una joven madre se apretaba en su pecho, mientras dolorosas lagrimas resbalan sin parar por su rostro. Isabella permanecía fuera de la unidad de cuidado intensivos pediátrica y solo podía observar a su hija Eva, una pequeña niña de tres años, a través del grueso cristal que la mantiene aislada. Solo podía ver a su hija durante diez minutos al día, y, aun así, tenía que mantenerse alejada de ella. Para prevenir infecciones bacterianas y víricas, los médicos habían tomado todas estas medidas de seguridad por precaución.—Eva, soy yo, soy tu madre, puedes oír mi voz, ¿verdad? —Susurró por el intercomunicador en la pared, a un lado del cristal.Las pestañas de su bebé aletearon, con visible esfuerzo Eva intentaba abrir sus ojos sin éxito, Isa solo podía imaginarse el dolor que sentía, y solo eso fue suficiente para saber que ella escuchaba su voz de su madre incluso amortiguada por el cristal.Tenía tanto miedo de dejarla sola, pues sabía que ese era el mayor miedo de Eva, e
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