LEVSabía que no iba a gustarme lo que el maldito doctor tenía que decir. Lo supe en cuanto lo vi entrar en la sala privada del hospital, con esa expresión de perro asustado y la carpeta temblándole en las manos.Me apoyé contra la pared, cruzándome de brazos, mientras mi mirada se desviaba apenas hacia la puerta cerrada del fondo. Anya estaba ahí. Amarrada.De no ser por las correas de sujeción, habría intentado degollarme ni bien despertó o eso fue lo que pasó en mi cabeza, apenas abrió los ojos la volvieron a sedar por orden mía.No era la muñeca rota que había mantenido a raya durante este tiempo, por lo que hasta que no tuviera un plan sólido no podía dejar que despertara.Era ella otra vez. La asesina que había venido a cazarme, la que me había seguido hasta el infierno sin pestañear.¿Quién se cree que es para despertar el infierno en el que la estoy sometiendo?—¿Qué tienes para mí? —gruñí, sin mucha paciencia.El doctor tragó saliva, ajustándose las gafas. Era un tipo de medi
LEVMe había tomado solo una hora cambiar mis planes.Una maldita hora.Si seguía con las pastillas eventualmente no serviría para nada, no podría seguir usándola y mi motivo inicial para mantenerla con vida no podría llevarse a cabo.—¡No le den las pastillas! —grité, entrando en la habitación, pero ella aún seguía dormida, sedada y los doctores me miraban como si fuera un loco. Puede que lo sea en este momento. Me acerco al doctor y dejo una mano en su hombro—. He cambiado de opinión—digo y él respira aliviado, como si le importara lo suficiente la vida de esa maldita asesina—. Quiero que despierte, que la despierten.—Perfecto, entonces se cancelará de inmediato la medicación, ¿no?—¿Eso es asunto suyo? —le pregunto. Él baja la mirada—. ¿Hay alguna manera de despertarla antes de que termine el efecto del sedante?—Sí, pero no es conveniente.—¿Te pregunté si era conveniente?—N-No. Es que… Es mejor esperar un par de horas, que despierte de manera normal.—Tienen diez minutos para d
BORISEl teléfono vibró sobre la mesa y yo casi no miré.Otra llamada cualquiera, pensé, otro nombre inútil. Pero cuando contesté, cuando esa respiración temblorosa llenó la línea, supe que no era cualquiera.Supe que era ella. Nikita.Un susurro quebrado, apenas un segundo de sonido, pero fue suficiente para destruir todo lo que había construido desde que la enterré en mi mente.Mi pecho se tensó como si alguien me hubiese arrancado los pulmones de cuajo. Durante meses maldije a cualquiera que dijera que estaba muerta, y aun así, me rendí. Dejé de buscar.Dejé que el luto me anestesiara. Y ahora, ella estaba viva.Respirando en algún rincón que no supe encontrar. El sabor de la furia me quemaba la lengua.No contra Nikita. Contra mí. Por no ser el hombre que prometió encontrarla, aunque el mundo se hundiera.Por haber dejado que otros decidieran cuándo debía olvidarla.Mi mano apretó el teléfono hasta que crujió el plástico barato, pero la línea ya estaba muerta. Igual que la promesa
VARKOVEstoy solo, pero no tranquilo. Boris, mi Skolvar, mi brazo derecho, me ha traicionado con su corazón, y eso es más peligroso que cualquier arma.Nikita Petrova, la Zmeyka que creímos muerta, está viva, en las garras de Lev Zaitsev, y Boris, ese maldito enamorado, no puede soltarla.Su amor, que una vez lo hacía imparable, ahora es una grieta en la armadura de la Krovsk Volya. Y yo, Dmitri Varkov, el Vodir, no permito grietas.Tomo el teléfono, mis dedos marcando el número de María. La nueva Zmeyka, mi arma secreta, está lista para su misión en Voravia, pero hoy le daré un propósito mayor. El tono suena, y su voz responde.—Vodir —dice, y puedo imaginarla, sus ojos oscuros brillando, su cuerpo tenso como un resorte.—María, ven a Kryvsk. Ahora —ordeno, mi voz baja, pero cargada de autoridad—. Tenemos que hablar. En persona.—Entendido —responde, sin dudar. Cuelgo, y mi mente se llena de Boris. Él y Nikita eran un huracán, inseparables, letales, dos sombras que cortaban gargantas
Un pitido me saca de la nada, un sonido agudo que me taladra los oídos como si alguien estuviera clavándome un cuchillo en la cabeza.Abro los ojos, o lo intento, porque todo está borroso, blanco, cegador. ¿Dónde mierda estoy? Mi cuerpo pesa una tonelada, como si me hubieran atado a la cama con cadenas invisibles. Siento algo en la boca, un tubo o qué sé yo, y quiero arrancármelo, pero mis manos son un desastre: lentas, torpes, moviéndose en cámara lenta como si no fueran mías. Joder, ¡muévanse! El pitido sigue, más fuerte, y mi pecho sube y baja rápido, demasiado rápido. Estoy perdiendo la cabeza.De repente, hay ruido: pasos, voces. Unas manos me agarran, frías, rápidas. Alguien me quita el tubo de la boca, y toso como si me estuvieran arrancando los pulmones. Respiro, o lo intento, pero el aire raspa como vidrio. Miro alrededor: paredes blancas, máquinas, cables pegados a mi piel como si fuera un maldito experimento. Un hombre con bata blanca está encima de mí, sus ojos detrás de u
ANYAUna semana más en ese maldito hospital, y sigo sin saber quién diablos soy. Los doctores me pinchan, me miran como si fuera un experimento fallido y dicen que estoy “mejorando”, pero mi cabeza sigue vacía, un jodido desierto sin nada que agarrar.Lo único que no cambia es él.Lev.Todos los días, cuando abro los ojos, ahí está, sentado en una silla junto a mi cama o apoyado contra la pared como si fuera el rey del universo.No habla mucho, solo me clava esos ojos grises que me queman la piel, y a veces me trae cosas como café o flores que no pedí. No sé qué busca, pero carajo, me estoy acostumbrando a verlo. Cada vez que despierto, espero encontrarlo, y eso me pone los nervios de punta más que las agujas en mis venas.Hoy es distinto.Despierto, y no está en la silla. Está junto a la puerta, con el traje negro ajustado y una cara que no admite peros.—Te vas hoy—dice, supongo que debo alegrarme, recordar algo, pero no sé ni quién soy y eso me causa mucha inseguridad, porque la ún
LEVEstoy tan cerca de ella que siento su calor, sus caderas bajo mis manos, pero ese sonido me arranca de la niebla.¿Qué demonios fue eso? Lo primero que les dije a esos idiotas fue que no llamaran la atención, que mantuvieran todo en silencio mientras ella estuviera aquí. Y ahora un disparo. Un maldito disparo en mi propia casa. La miro, sus ojos verdes abiertos, buscando respuestas que no le voy a dar. Si se da cuenta de lo que pasa, si empieza a atar cabos, todo se irá al carajo.—Quédate aquí —le digo, mi voz baja, intentando calmarla, pero no parece muy asustada—. No te muevas.La suelto, mis manos soltándola como si quemaran, y retrocedo un paso. No sé si es buena idea dejarla sola. Es una víbora, una que no recuerda sus propios colmillos, pero sigue siendo peligrosa. Podría husmear, encontrar algo, despertar lo que duerme en esa cabeza vacía. Pero no tengo opción. Cierro la puerta tras de mí, y me quedo un segundo con la mano en el pomo. Respiro hondo, sacudo las manos, asque
ANYAEstoy frente al espejo del baño, desnuda, con la luz blanca pegándome en la cara como si quisiera sacarme la verdad a golpes. Mi piel está fría, el aire de esta maldita mansión se cuela por todos lados, pero no es eso lo que me tiene temblando.Me miro, de arriba abajo, y no sé quién carajo me está mirando de vuelta. Lev dice que soy su esposa, pero esta mujer en el reflejo no se siente como alguien que pertenece a nadie y mientras más me miro… la sensación no deja de aumentar.Mis dedos suben, lentos, y tocan las cicatrices que cruzan mi cuerpo como un mapa que no puedo leer.¿Qué es lo que me dicen? ¿Ellas saben quién soy? ¿Y por qué estoy dudando de la palabra de mi esposo?Las cicatrices son las que me deberían contar la verdad. No son pocas, y ninguna parece normal.Hay una en mi vientre, larga, horizontal, como si alguien hubiera usado una navaja para abrirme en dos. La rozo, y la piel está dura, rugosa, nada que ver con un “accidente” como el que Lev dice que tuve. Más arr