El doctor y la enfermera salieron de la habitación, dejando tras de sí un silencio denso, apenas sostenido por el sonido agónico del monitor cardíaco.
Dianella permaneció en pie, firme como una roca.
Los demás seguían ahí. Mirándola. Odiándola. Temiéndola.
—¡¿Cómo te atreves?! —gritó Karen, temblando de furia.
Su mano se alzó, lista para abofetearla, pero Thomas la detuvo en seco.
—¡Basta! —dijo, con voz firme.
Entonces, una voz inesperada resonó en la habitación, débil pero nítida.
—Vete de aquí.
Dianella parpadeó, confundida.
—¿Qué?
Sebastián alzó su mano temblorosa… pero no señalaba a ella.
—Ella. Karen. Quiero que te vayas.
Karen lo miró, como si no pudiera comprender lo que acababa de oír.
Sus labios temblaron. Sus ojos, desorbitados.
—Sebastián… no puedes… ¿Me estás echando?
—Quiero hablar con Dianella. A solas.
—¡No puedes hacerme esto! —intervino Elen, con lágrimas brotando de sus ojos pintados—. ¡No puedes dejarme sin herencia! ¡No es justo! ¡Yo me quedaré sin nada!
Y entonc