Clark irrumpió en la comisaría con el corazón desbocado. Sus pasos resonaban como truenos contra el suelo frío, empujado por la desesperación. No podía perder más tiempo.
Tenía que verla.
—¡¿Dónde está Ellyn Durance?! —preguntó con voz firme.
Un oficial lo condujo hasta las celdas. Cuando Ellyn lo vio aparecer al otro lado de los barrotes, sus ojos se abrieron con una mezcla de alivio y angustia. El corazón se le encogió.
—Clark... —murmuró ella, casi sin voz.
Él se acercó de inmediato, sus manos rodearon las de ella a través de las rejas.
—Ya hablé con mi abogado, viene en camino. No estás sola, Ellyn. Voy a sacarte de aquí, te lo juro.
Antes de que pudiera responder, un oficial interrumpió.
—Señora Durance, tiene una visita.
Ellyn palideció. Sus dedos temblaron en los de Clark.
—Ve tranquila. Estaré aquí cuando regreses —le prometió él, firme.
Ella asintió, aunque por dentro una tormenta la desgarraba.
Caminó por el pasillo con los pies de plomo, como si cada paso la llevara directo