—¿Puedo preguntarte algo? —dijo ella, con una sonrisa suave.
Leonard asintió.
—¿Tuviste un primer amor? ¿En verdad nunca te has enamorado?
Él desvió la mirada hacia la calle empedrada, hacia un rincón invisible del pasado. Algo se tensó en su mandíbula. Cerró los ojos un segundo. No sabía si se había enamorado en el pasado. Esos sentimientos no eran fáciles de reconocer en él. Mucho menos luego de haber pasado por un trauma.
Y entonces, recordó.
[…]
15 años atrás.
Leonard caminaba con una carpeta repleta de fórmulas, ajustándose el cuello de la camisa demasiado grande para su cuerpo flaco. Sus zapatos eran nuevos. Le dolían. Pero no se quejaba.
No sabía cómo quejarse.
Todas las mañanas bajaba los escalones de la mansión con el uniforme de colegio planchado por la señora Dunhill, una empleada muda que aparecía y desaparecía como un fantasma útil. En el comedor principal, las sillas siempre estaban vacías. El té se enfriaba sin que nadie lo bebiera.
Un mayordomo sin nombre le servía dos