En el pent-house, solo se oía el latido acompasado de dos respiraciones. Leonard aún no dormía. Sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá, tenía la cabeza inclinada hacia atrás. Abril estaba de pie junto al ventanal, mirándolo de reojo, como si quisiera descifrarlo.
Finalmente, ella giró el rostro.
—Leonard… hay algo que quiero preguntarte.
—Dilo —susurró él, sin moverse.
Ella bajó la mirada.
—¿Alguna vez… has pensado en tomar terapia?
El silencio que siguió fue como una cuerda tensa en medio de la noche.
Leonard giró el rostro lentamente hacia ella.
—¿Terapia? —repitió con una sonrisa rota, sin rastro de burla, pero sí de incredulidad—. ¿Para mí?
—Sí —respondió Abril con firmeza—. Como un acto de amor propio.
Leonard bajó la mirada a sus propias manos, que descansaban sobre sus rodillas. No estaban temblando. Ya no.
—Durante años, Abril, he aprendido a fragmentar cada emoción. A traducirla en impulsos, en sinapsis, en reacciones químicas. La idea de sentarme frente a alg