Capítulo 29

Horas después. Yorkshire.

Leonard fue recibido por la ama de llaves y llevado a una habitación donde el papel tapiz parecía pertenecer a otro siglo.

El silencio lo envolvió. Y por primera vez en meses, no supo qué hacer con tanto tiempo muerto.

Se sentó frente a la ventana, mirando el jardín. Recordó la peluca sobre la calavera, el teatro ridículo, la risa. La primera carcajada auténtica de su vida.

Y ahora todo eso se había acabado.

Unos nudillos llamaron a la puerta del salón.

Leonard se levantó con desgano.

—Sí.

La puerta se abrió. Y lo que vio le pareció irreal.

Una mujer de unos treinta y tantos, con cabello oscuro recogido en un moño pulcro y una carpeta en la mano, lo observaba desde el umbral. Vestía un conjunto gris perla, elegante pero sobrio. Y lo miraba con reservas.

—¿Leonard Wessex? —preguntó, con voz melosa.

—Sí.

Ella sonrió.

—Soy Elena. Vine a conocer al genio del que todos hablan.

—¿Eres científica? —interrogó Leonard.

—Soy psicóloga, Leonard. También soy prima de tu
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