La lluvia caía como un susurro continuo sobre el alféizar de la ventana, y el reloj del comedor marcaba la medianoche. Abril sostenía una taza de té frío. No podía dormir.
Su madre había estado extrañamente silenciosa desde que llegó. La había recibido con un abrazo tibio y una mirada que escondía algo. Como si tuviera entre manos una bomba que no sabía cómo desactivar.
—Hay algo que me pidió entregarte —dijo por fin, con voz baja.
Abril frunció el ceño.
—¿Quién?
—Leonard.
El nombre le cayó como una piedra en el estómago. Se quedó inmóvil, sin saber si debía prepararse para una carta, una joya costosa o una nueva amenaza. Con Leonard, todo era posible.
Su madre se levantó del sofá y fue a buscar algo en el recibidor. Regresó con una caja de negra, perfectamente sellada, sin adornos.
—Me la dejó el día que vino a buscarte.
Abril tomó la caja con ambas manos. No pesaba mucho, pero la sentía densa. Lentamente la abrió.
En su interior, sobre una capa de terciopelo gris oscuro, había una m