Capítulo 11

El taxi zigzagueó entre el tráfico de Londres como una bala perdida, pero para Abril el mundo se movía en cámara lenta. La llave de Alexander —aún caliente por el contacto con su piel— le quemaba el bolsillo del abrigo como un trozo de carbón vivo.

¿Una trampa?

La voz de Wolfe resonaba en su memoria: "Leonard guarda sus secretos ahí". Pero ahora ese mismo hombre yacía en un hospital, con los labios azules y las venas llenas de veneno. Demasiada coincidencia.

El auto frenó bruscamente frente al St. Bartholomew's Hospital. Abril no esperó el cambio. Corrió entre las puertas automáticas, sintiendo cómo el tacón de sus Louboutin se astillaba contra el mármol.

—¡Leonard Wessex! —exigió a la enfermera de turno—. ¿Dónde está?

La mujer la miró con lástima antes de señalar el pasillo izquierdo. Habitación 407. Cuidados intensivos.

Abril subió las escaleras de dos en dos. No confiaba en los ascensores. No después del mensaje.

Al empujar la puerta de la habitación, el olor a antiséptico le golpe
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