El restaurante Le Jardin Secret estaba escondido en el último piso de un edificio victoriano, entre enredaderas de glicinas y mesas con manteles tan blancos que lastimaban los ojos. Abril eligió el rincón más iluminado, cerca de la baranda de cristal que daba al vacío de la calle. No era supersticiosa, pero después del mensaje anónimo sobre el ascensor, prefería tener rutas de escape claras.
Alexander Wolfe llegó exactamente a las 12:47 pm, sin disculparse por la tardanza. Llevaba un traje azul noche que hacía que sus ojos grises parecieran fragmentos de tormenta.
—Te queda el miedo —dijo al sentarse, sin saludar—. En las comisuras de los labios. Como si tuvieras algo amargo pegado a los dientes.
Abril apretó la copa de vino.
—¿Y a ti te queda la costumbre de analizar a la gente antes de decir hola?
Alexander sonrió, lento, como un lobo que olfatea sangre.
—Hola, Évanne.
El uso de su nombre artístico fue un guantazo disfrazado de caricia. Abril no parpadeó.
—Pensé que habíamos quedado