María no levantó la vista de la taza de café que Carlo había dejado frente a ella. El aroma intenso no lograba tapar el nudo que le apretaba la garganta desde que había abierto los ojos. Había intentado comer algo, pero cualquier bocado se le quedaba atascado.
Le fue completamente imposible desayunar.
Carlo, sentado en la cabecera de la mesa, la observaba como si estuviera midiendo cada respiración y en sus manos reposaba una carpeta de cuero negro.
—Hoy nos casamos, como ya te dije. Será cuanto antes, no tengo tiempo que perder —dijo al fin, como si hablara del clima.
María levantó la cabeza despacio, incrédula.
—¿Por qué demonios sigues diciendo eso?
—Escuchaste bien —respondió, sin titubeos—. Es simple. Un contrato y una ceremonia breve. Sin invitados, sin flores, sin romanticismos inútiles. Solo lo necesario para dejar todo sellado. Nada de vestidos… y esas cosas. Supongo que también te quieres saltar toda esa parte. ¿O deseas una boda por todo lo alto? Solo importa que seas mi es