El primer movimiento de Erick Vaughn no fue violento. Fue inteligente.
Emilia llegó a la PDI antes de lo habitual. El edificio estaba casi vacío, con ese silencio artificial que precede a los días difíciles. Dejó su bolso en el escritorio, encendió el computador y respiró hondo. Había aprendido a leer su propio cuerpo: cuando esa presión aparecía en el pecho, algo no estaba bien.
No tardó en confirmarlo.
—Emilia —llamó Maike desde la puerta—. Tenemos algo. —. El tono era grave. Demasiado.
Ella se levantó de inmediato y lo siguió hasta la sala de análisis. Sofía ya estaba allí, junto a la directora Harris y Mistery, el jefe directo de Emilia. En la pantalla central había una imagen congelada.
Emilia sintió cómo la sangre se le helaba. Era una fotografía.
Ella, Lucas, Ezequiel y Fiorela. En la terraza de su casa. Tomada desde lejos… pero con precisión.
—Esto llegó hace veinte minutos —dijo Harris—. A mi correo institucional.
—¿De dónde salió? —preguntó Emilia, controlando la respiración