El peligro no siempre se manifestaba en balas, persecuciones o llamadas anónimas.
A veces, se filtraba en los espacios más silenciosos.
Emilia estaba sentada en el suelo de la habitación de Fiorela, observándola dormir. La pequeña respiraba de manera irregular, con un mechón de cabello oscuro pegado a la frente. Su mano diminuta se abría y cerraba en sueños, como si buscara algo invisible.
Emilia sintió un nudo en la garganta.
Antes, ese momento habría sido solo paz.
Ahora, estaba cargado de preguntas.
¿Y si alguien la observaba?
¿Y si su trabajo, sus decisiones, sus enemigos… alcanzaban ese espacio sagrado?
Se incorporó con cuidado y cerró la puerta en silencio. En el pasillo, apoyó la espalda contra la pared y cerró los ojos. Su respiración se volvió más lenta, más controlada. No podía permitirse derrumbarse. No ahí.
En la cocina, Lucas preparaba té. Al verla, dejó la taza a medio camino.
—No estás bien —dijo con suavidad.
Emilia negó con la cabeza, pero se sentó frente a él.
—No