El día comenzó más tranquilo de lo común. Emilia se preparó temprano, intentando no despertar a Fiorela, quien dormía profundamente en su cuna con el ceño suavemente fruncido; un gesto tan parecido al de Lucas cuando se concentra, que siempre le daba ternura. Ezequiel, en cambio, ya correteaba por la habitación con su infinita energía de niño de tres años.
—Mamá, hoy voy a ayudarte a atrapar a los malos —dijo muy convencido, mientras levantaba una espada de juguete.
—Solo si prometes atraparlos con abrazos —respondió Emilia riendo, besándolo en la frente.
Lucas apareció detrás de ambos, despeinado, con una taza de café en la mano y esa sonrisa que siempre la hacía sentir vista, deseada, amada.
—Aunque no lo crean, ese método funciona —bromeó, abrazando a Emilia por la cintura—. Buenos días, detective Thoberck.
—Buenos días, señor Thoberck —respondió ella, girándose para besarlo. Un beso lento, cálido, de esos que despiertan más que cualquier café del mundo.
Lucas notó que ella estaba