El domingo amaneció tranquilo, con un cielo despejado que parecía anunciar que algo importante estaba por suceder. Emilia había pasado toda la noche pensando. Las palabras de Sofia, la mirada orgullosa de Maike, el dibujo de Ezequiel, los recuerdos de los casos recientes… todo se mezclaba en su corazón.
Era el momento. Mientras preparaba el desayuno, notó que Lucas la observaba atentamente desde la mesa. Sabía —sin necesidad de palabras— que algo estaba por decirle.
—Amor… —comenzó él con suavidad—. ¿Ya tomaste una decisión?
Emilia dejó la taza en la mesa, respiró hondo y lo miró con una serenidad nueva, madura. —Sí, Lucas. La tomé.
Ezequiel, que estaba comiendo cereal, levantó la cabeza de inmediato con los ojos brillantes. —¿Qué decisión, mamá?
Emilia sonrió, acariciando el cabello del niño. —Hijo… ¿Recuerdas que querías que yo fuera una detective de verdad?
—¡Sí! —respondió él, entusiasmado.
—Lo voy a ser —dijo Emilia, con una firmeza que le recorrió el pecho como un fuego cálido—.