La mañana después del operativo no amaneció con calma.
Apenas el sol despuntó tras las montañas, la casa Thoberck ya estaba rodeada por vehículos oficiales, reporteros en las inmediaciones y decenas de llamadas sin responder.
La Organización criminal había sido portada nocturna, tendencia mundial y asunto de seguridad internacional.
Y Emilia… era la pieza central del heroísmo. Pero mientras todos hablaban de ella, Emilia apenas había dormido tres horas.
Lucas la encontró en la cocina, aún en pijama, con las manos rodeando una taza de té tibio. La mirada perdida, fija en algún punto invisible.
—Amor… —dijo suavemente, acercándose a ella.
Emilia parpadeó, como si regresara desde muy lejos.
—No quería despertarte —susurró—. Solo… estaba pensando.
Lucas se sentó frente a ella, tomó una de sus manos y la masajeó suavemente, como si quisiera volver a traerla a tierra.
—¿Estás bien?
—Sí… —hizo una pausa—. No. No sé.
Lucas esperó, sin presionarla.
—No sé por qué estoy tan inquieta —continuó