El reloj marcaba las 19:16 cuando Emilia, Sofía y Maike siguieron la señal térmica hacia el edificio abandonado en la zona industrial.
El cielo estaba teñido de un gris metálico, anunciando tormenta. El viento arrastraba polvo, dando al lugar un aire apocalíptico.
Todo parecía preparado para un clímax, y eso preocupó a Emilia.
Un enemigo que decide el escenario… casi siempre decide la ventaja.
—Entramos por el flanco sur —indicó Sofía mientras revisaba su arma no letal—. Tienen sensores, pero Maike logró bloquear tres canales por diez minutos.
—Diez minutos son suficientes —dijo Emilia, confiada—. No voy a permitir que esta gente siga jugando con vidas.
Maike respiró hondo.—Hay movimiento dentro. Tres figuras. Una de ellas en posición de guardia. Otra parece estar monitoreando algo… la tercera…
—¿El niño? —preguntó Emilia.
—No —respondió Maike—. Parece un señuelo. Una muñeca térmica.
Emilia cerró los ojos por un segundo, molesta. Otra manipulación. Otra prueba.
—Quieren medir nuestra