Lucas siempre creyó que estaba preparado para el momento en que Emilia regresara al trabajo después del postnatal. Se había repetido a sí mismo miles de veces que era lo correcto, que ella necesitaba volver a su vocación, que su alma era la de una mujer que nació para proteger. Pero aun así, cuando aquel día finalmente llegó, algo dentro de su pecho se tensó como si le estuvieran arrancando un pedazo de calma.
La mañana amaneció tranquila, con luz cálida entrando por las ventanas de la mansión Thoberck. Fiorela dormía en su cuna, respirando con esa suavidad que solo tienen los recién nacidos. Ezequiel jugaba en el suelo con un auto azul, parloteando sobre no sé qué misión secreta de “detective poderoso”. Emilia, en cambio, se encontraba frente al espejo, ajustando la chaqueta de su uniforme, el que no había usado desde meses atrás.
Lucas observaba esa escena desde la puerta del dormitorio. Ella se veía hermosa. Fuerte. La heroína de su propia historia. Pero a él… le dolía el alma.
No