La mañana siguiente amaneció gris, como si el cielo hubiera decidido acompañar el peso que Emilia sentía en el pecho. No había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver la mirada rota de aquel joven en el hospital… la mezcla de desesperación, rabia y amor que casi lo llevó a destruirlo todo.
Se levantó despacio, cuidando no despertar a Fiorela, que dormía acurrucada como un pequeño capullo rosado en su cuna. Ezequiel, abrazado a su peluche de zorro, respiraba tranquilo. Lucas ya estaba en la cocina preparando café, como si presintiera que hoy ella lo necesitaría más que nunca.
—Amor —susurró él al verla entrar—. Te ves cansada.
Emilia trató de sonreír, pero la expresión se quebró apenas empezó a formarse.
—No sé qué me pasa —confesó, dejándose abrazar por él—. Ayer… sentí que me partía en dos. Una parte de mí sabía exactamente cómo manejar la situación. La agente. La profesional. Pero la otra… —hizo una pausa, tragando saliva— la otra solo quería abrazarlo y decirle qu