La lluvia caía en un hilo constante cuando Emilia salió de la sede de TecnoInv. La ciudad parecía un espejo líquido. Sin saber sí debia volver a su apartamento o ir al de él, se encontró con Lucas, la esperaba junto a su auto, mientras la lluvia empapaba su abrigo oscuro en los hombros. No dijo nada, estaba serio, pero su vista ya no era dura, ni fría, solo le abrió la puerta. Ese silencio pesaba más que cualquier frase. No podía decir nada, solo pensaba en que podría hacer para poder volver a lo que fue en un principio.
El trayecto fue corto, casi eléctrico. Emilia sentía cada vibración del motor como un latido que respondía al suyo. En el ascensor, la luz tenue marcaba un espacio demasiado pequeño. El roce de sus manos, al presionar el mismo botón, encendió un calor que subía despacio, inevitable.
Cuando llegaron al apartamento, Lucas cerró la puerta sin soltar la mirada.
—No deberías estar aquí tan tarde —murmuró, pero su voz no tenía filo.
—Tampoco deberías traerme —replicó Emil