Lucas no había dejado de buscarla.
Cada pista que seguía se deshacía como arena entre los dedos: hoteles, registros de transporte, llamadas a viejos contactos. Sin embargo, una madrugada un informante de confianza le habló de un nombre extraño en la lista de empleados de una agencia de investigación de Valdoria: Wemin.
Era casi nada, pero Lucas conocía los seudónimos de Emilia desde sus primeros años de carrera. Y aquel resonaba demasiado cerca de ella.
Valdoria, pensó, y al día siguiente tomó el primer vuelo.
La ciudad costera lo recibió con bruma y olor a sal. Recorrió las oficinas de la agencia, preguntó discretamente, pero nadie quiso darle información. Caminó sin rumbo hasta que, por pura intuición, se detuvo frente a un bar de luces cálidas: Lun, un lugar que respiraba música suave y conversaciones en voz baja.
Entró sin pensarlo. Y allí, en una mesa del rincón, la vio.
Emilia.
Su cabello recogido en un moño desordenado, la risa breve que él conocía de memoria. Frente a ella, un