El puerto de Valdoria era un laberinto de grúas inmóviles y contenedores que parecían bestias dormidas. La lluvia de la noche anterior se había transformado en una neblina espesa, perfecta para perderse… o para acechar.
Wemin—el nombre que todos conocían en la agencia—se acomodó el auricular mientras Maike estacionaba el sedán a dos calles del viejo almacén 17, el lugar donde el empresario sospechoso de filtrar secretos industriales había sido visto entrando la noche anterior.
—Equipo listo —susurró Emilia, revisando la cámara de largo alcance.
Maike asintió, su perfil recortado por la luz azul del tablero.
—Siempre me impresiona cómo no se te escapa nada. —Giró apenas la cabeza y sonrió—. Esa concentración… es magnética.
Emilia mantuvo los ojos en la lente.
—Concéntrate en el objetivo, Maike.
Él rió en voz baja.
—Lo intento, créeme.
El almacén se erguía como una sombra gigante, con un letrero corroído por el salitre. Un par de guardias recorrían el perímetro, sus linternas trazando d