La ciudad de Valdoria caía en un atardecer rojizo cuando Emilia—ahora Wemin para todos en la agencia—entró a la sala de reuniones. El caso era delicado: un empresario sospechoso de vender secretos industriales. Necesitaban una vigilancia constante, discreta y prolongada.
Maike ya la esperaba, apoyado en la mesa con una carpeta bajo el brazo y una sonrisa que parecía encender la habitación.
—Listos para la cacería nocturna, socia —dijo, tendiéndole un café recién preparado.
Emilia aceptó el vaso por pura cortesía.
—Gracias, pero recuerda: somos compañeros de trabajo. Nada más.
Maike alzó las manos en un gesto de rendición, aunque sus ojos destellaron diversión.
—Solo trato de que no se enfríe tu noche.
Ella lo ignoró y revisó los planos de la zona. El objetivo se movía entre un club de yates y un almacén portuario. Habría que turnarse para vigilar.
Horas después, la lluvia convertía las calles en espejos rotos. Emilia y Maike esperaban dentro de un sedán negro, cámaras encendidas, ante