Lucas amaneció con la sensación de que la noche anterior había sido un sueño.
Había seguido una pista hasta la ciudad equivocada.
La calle Ravel de Valdoria resultó ser un espejismo: el departamento alquilado a nombre de “M. W.” pertenecía a una mujer mayor que jamás había oído hablar de Emilia ni de un seudónimo llamado Miliw.
—Otra sombra… —murmuró, frotándose el rostro mientras la frustración le pesaba como plomo.
Decidió quedarse unos días más, por si alguna huella nueva aparecía. Pero la certeza que lo impulsaba empezaba a resquebrajarse.
Tal vez ella ya cruzó la frontera, pensó. La idea lo golpeó con una mezcla de miedo y rabia. Aun así, no podía abandonar la búsqueda.
A cientos de kilómetros, Emilia revisaba los informes de su caso de fraude cuando una notificación en su correo profesional le heló la sangre:
Acceso no autorizado detectado en el perfil Miliw.
Abrió la alerta. Alguien había intentado rastrear su historial de operaciones. Su seudónimo, su refugio, ya no era seguro