POV: Helena
La calle de Estambul bajo el ático de Vera Moretti era un caos controlado. Franco no había traído el martillo, como en el Gran Bazar; había traído el cincel. Precisión quirúrgica. Él había orquestado una falsa alarma de incendio en el piso inferior, obligando a los servicios de emergencia turcos a evacuar el edificio.
Desde nuestro puesto de vigilancia en un tejado contiguo, el aire olía a humo. Yo tenía a Liana, mi otra joya esmeralda, pegada a mi pecho, durmiendo. Su calor era un ancla en la tormenta.
—Es ahora, cara mia —dijo Franco, su voz grave resonando en el auricular encriptado.
—Recuerda el plan —dije, sintiendo la pistola de Franco fría en mi mano. —Yo entro por el conducto de ventilación. Tú controlas la planta de ascensores. Vera quiere el control legal, no físico.
—Ella quiere un testigo. Yo seré ese testigo —respondió Franco, con una frialdad que me congeló.
Le entregué a Liana a Lorenzo, el hombre de confianza de Franco, que esperaba en un vehículo blindado