POV: Helena
El muelle privado de Estambul olía a sal, especias y diesel. Había atracado el Vindicta en la sombra, justo antes del amanecer, aprovechando el caos natural de la metrópolis. Había dejado a Serov encerrado en la sala de máquinas, como un trofeo humeante, y a Gabriel paralizado por la descarga. La tripulación, cobarde y desorientada, había huido en las lanchas de emergencia.
El jet de Franco había aterrizado en el aeropuerto militar, una maniobra que solo él podría haber orquestado. Mi plan era simple: yo era el cebo de Sofía. Franco sería el martillo de Vera.
Bajé del yate, sintiendo la pistola Coldstream de Franco que había tomado del arsenal, fría y pesada en la mano. La sien me palpitaba por el golpe de Gabriel, pero el dolor era un recordatorio útil: esto no era un juego.
La hora era crítica. El encuentro con Sofía —la niñera que había fingido su muerte y robado a mi otra hija— estaba programado en el laberinto del Gran Bazar.
Sofía es la jugadora silenciosa. Ella fue