Caribeña

Indra.

La música explotó en mis oídos, arrasando con la poca tranquilidad que había encontrado en mi libro de fantasía.

Con un suspiro resignado, cerré la portada y dejé el ejemplar a un lado. Hasta ahí llegó mi paz.

Los gritos de Julieta al ser lanzada a la alberca por Juan confirmaron que la calma no volvería pronto.

Me acomodé en la silla reclinable de plástico, estirando las piernas, y dejé que el clima cálido del atardecer envolviera mi cuerpo.

—¿Cerveza? —Gerry, con su sonrisa habitual, extendió una lata hacia mí.

—Paso —dije negando con la cabeza.

Mi rubio amigo alzó las cejas con resignación, antes de tenderme el otro brazo donde ya tenía una botella de agua lista. Se la acepté con un leve gesto de agradecimiento. No quería beber aún.

Y el lo sabía.

El día había transcurrido con la ligera rutina de nuestras vacaciones navideñas. Horas en la casa de vacaciones enfrente de la playa de mi mejor amiga Valentina, selfies interminables para I*******m, y yo en un rincón, refugiándome en la sombra y perdiéndome en un nuevo mundo de ciencia ficción.

Cuando el sol comenzó a intimidarnos Pablo Vélez, el hijo del actual gobernador, apareció en escena.

Su chicle-novia Matilda no lo soltó desde que atravesó las amplias puertas de cristal hacia el patio trasero.

El recuerdo de nuestra amistad perdida era una astilla que no lograba arrancarme del todo. Alguna vez, Pablo había sido mi mejor amigo. Mi confidente. Mi primer casi-algo.

Pero esa persona se había esfumado en el momento en que decidió cambiar nuestra conexión, por una vida superficial con Matilda.

La mirada de Pablo no tardó en encontrarse con la mía, sus ojos se clavaron en mí, oscuros, inquisitivos, como si aún buscara un puente hacia algo que él mismo destruyó.

Fruncí el ceño, y él desvió la mirada, incómodo.

Quise gritarle en silencio: No te acerques. No tienes derecho.

Me levanté de la silla, alisando el vestido de manta floreado que cubría mi traje de baño de una sola pieza color azul.

Caminé hacia la palapa de concreto en la esquina del patio que tenía varias hamacas de colores. Allí, Valentina y Juan estaban envueltos en una escena demasiado íntima para un espacio público.

—Val, voy a descansar un rato —dije, tratando de no interrumpir demasiado.

Valentina, con su cabello rojizo como el fuego del atardecer, me lanzó una mirada dramática cuando se separó de golpe de su novio.

—¡Ay, no me digas que mi fiesta te aburre! Necesitas una bebida, ¡ya!— me chilló.

Rodé los ojos, mientras le esbozaba una media sonrisa. —Sabes que prefiero estar consciente en las fotos del antro más tarde—.

Su queja resonó en mi espalda mientras me alejaba, atravesando las puertas hacia la casa.

Mi mejor amiga debería llevarse el premio a la persona más dramática del mundo entero. 

La cocina estaba hecha un caos. Los jugadores del equipo de fútbol de la universidad parecían competir para ver quién soportaba más cervezas antes de vomitar.

Gerry, ahora con la espalda completamente roja por el sol, me sonrió con complicidad mientras grababa el desastre.

Negué con la cabeza y luego subí las escaleras hasta el cuarto de Valentina.

Me desplomé sobre su cama de sábanas rosas y almohadas rellenas de caras plumas, finalmente dejé escapar un largo suspiro.

La mentira blanca que les había contado a mis padres sobre una inocente pijamada en casa de mi mejor amiga aún pesaba un poco en mi conciencia. Pero no tenía otra opción.

Papá, con su pasado militar, jamás habría aprobado que saliera de fiesta en medio de la creciente ola de violencia que azotaba el estado.

La inseguridad en Quintana Roo era una constante. Secuestros, balaceras, amenazas, todo formaba parte de una realidad que no parecía mejorar. Y sin embargo, aquí estaba, buscando una escapatoria, aunque fuera momentánea.

Involuntariamente bostece mientras Valentina chillaba lanzando montones de prendas sobre la cama. La histeria de Val sobre no tener nada que ponerse era seria.

Frente al espejo, terminé de ajustar el vestido dorado que cubría mi piel clara. Era una prenda ceñida de manga larga y espalda descubierta, más atrevida de lo que solía usar. Mi cabello negro, alisado con esfuerzo, caía sobre mis hombros.

Los tacones negros sin plataforma me daban apenas unos centímetros extra, a lado de mis amigas.

—¡Indra, qué guapa te ves! —gritó Julieta desde la puerta del baño, luciendo impecable como siempre con el jumper ajustado.

Le sonreí con timidez a Jul.

Me había acostumbrado a ser llamada "Palo" "Fideo" , "Espagueti" casi toda mi vida escolar.

Al contrario de las peligrosas caderas de Julieta, mi amiga morena de un metro con setenta centímetros o los enormes pechos de Valentina con su largo cabello tan rojo como misterioso; yo no era físicamente una persona de ese calibre. 

Mi cara cuadrada me hacía parecer más seria de lo que me gustaría, mis labios no eran tan voluminosos y mis pestañas no eran exageradamente largas como las suyas, media un metro con cincuenta y cinco centímetros. Era tan promedio como el 95% de la población.

Las 2 Suburban que nos llevarían al antro ya nos esperaban con los choferes, estas eran las del mismo hijo de los gobernadores.

Toque suavemente una ventanilla. Blindada por supuesto, la seguridad de los Vélez era lo más importante hoy en día.

"Estoy segura de que no estoy pagando mis impuestos para esto". Dije mentalmente mientras mis amigas se tomaban fotos en el frente de la casa con sus exuberantes vestimentas llenas de brillantina que se les veían preciosos.

La multitud de quince personas conocidas como "El squad de pedas" de Valentina estaban repartidas en las 2 camionetas; yo me llevaba bien con menos de la mitad de ellos.

Y aunque casi no salía de antro porque no sabía tomar, odiaba las multitudes, los mala copa y siempre era yo la que terminaba agarrando el cabello de mis amigas para que vomitaran durante la madrugada.

La verdad era que quería sentirme una más de ellos en este momento.

Yo había sido la única de mis amigos que había decidido aplicar para una universidad pública. Y aunque sé que fue una buena decisión, las hartas clases y las tareas redundantes lograban estresarme de una manera que nadie más podría. 

También la universidad me quitaba más tiempo del que quisiera en mí de por si casi nula vida social.

Quería disfrutar mi vida.

Sobre todo, ahora que también iniciaría mi servicio social y prácticas profesionales en el gobierno del estado gracias a papá y mi padrino. 

—¡Quien está listo para perrear hasta el suelo! —Gerry grito a lado mío mientras la camioneta avanzaba a altas velocidades por la concurrida noche.

Valentina y Julieta chillaron emocionadas mientras grababan historias para sus redes sociales y yo ahora si acepte la cerveza que mi rubio amigo el cual conocía desde el Kínder me tendió. 

Juan a mi izquierda estaba bastante entretenido en la videollamada que tenía con Pablo acerca de nuestra mesa V.I.P en el elitista antro "Galantia".

Las fiestas de fin de año eran absurdamente caras en un antro. Una entrada podía llegar a costar cinco mil pesos y una botella de las más baratas arriba de diez mil. 

Valentina imito los ademanes de Pablo desde su asiento para hacer molestar a Juan ya que este era mejor amigo del primero.

Pero bueno no era nuestra culpa que el señor Pablo no supiese controlar a la maniática y loca de su novia que odiaba a todas las amigas que había tenido. 

Por supuesto yo encabezaba la lista de Matilda.

La pequeña caravana de camionetas avanzo por la carretera federal entrada las diez de la noche, textee a mis papás para desearles las buenas noches "Porque ya me iba a dormir"; una pizca de remordimiento calo en mi consciencia, solté el aire retenido. Ya estaba aquí, así que...

—¡Ahuevo! — Miguel y Gerry ambos miembros del squad gritaron cuando destaparon la quinta botella de alcohol.

El antro era un caos de luces, música y cuerpos en movimiento. En nuestra mesa VIP, el ambiente era una mezcla de carcajadas, selfies y botellas con fuegos artificiales.

Julieta lanzó el líquido de una botella de champaña sobre todos nosotros, mientras yo intentaba mantener el equilibrio sobre los sillones.

En cambio Valentina ya había comenzado a devorar a su hombre a lado mío incomodándome apenas un poco en comparación de las miradas asesinas de Matilda y de las ojeadas curiosas de Pablo hacia mí. 

Las dos y media de la mañana y ya sentía los pies demasiado adoloridos.

Le fruncí de nuevo el ceño a Pablo cuando ambos hicimos contacto visual.

Me baje del sillón al cual en primer lugar me subí por Valentina, pero ella estaba completamente perdida en otra situación.

Luego camine para salir del área privada donde estábamos y el grito de Pablo me asombro un momento. —¡Indra no vayas sola! —.

Abrí la boca con la indignación corriendo por mis venas ¡Qué le importaba a él lo que yo hiciera!

Solté un gritito antes de salir de ahí para perderme luego entre la multitud de pasillos inferiores y escaleras que te llevaban hasta los baños y la gran pista de baile.

Pablo siempre había sido sobre protector conmigo, pero ahora no estaba para nada en su derecho. Había tenido las mejores salidas en el pasado con mi amable mejor amigo, su caballerosidad siempre lo hacía acompañarme hasta la puerta del baño, mis padres lo adoraban por la responsabilidad que emanaba de sus venas.

Pablo Vélez me había dado mi primer beso y me había enseñado a andar en bici. Era tan servicial que no pude evitar durante toda mi adolescencia fantasear con el.

En nuestra boda perfecta en la capilla favorita de mamá en Oaxaca.

Había anhelado que fuera el.

Pero después de que sus padres se convirtieron en gobernadores parecía que algo se había roto en Pablo, ya fuese su necesidad de reconocimiento o haber sucumbido a las grandes cantidades de dinero que ahora manejaba.

Todo cambio.

Pronto Pablo había cambiado nuestras idas al cine por fiestas con universitarios de mayor edad, nuestras idas por helado artesanal, por una niña hueca y rubia que me odiaba como si no hubiera mañana y lo peor de todo es que Pablo nunca la detenía de sus ataques hacia mi o a mis amigas. 

Esta persona no era con la que yo me había encariñado desde la primaria. Era totalmente lo opuesto. Y era odioso y doloroso al mismo tiempo.

Las luces de colores resplandecieron por doquier en el antro, la mayoría de los jóvenes tenía algo en su sistema que los alocaba aún más.

Drogas.

A nadie le importaba esto, era algo tan normal en la sociedad de hoy en día. No importaba que fuera algo ilegal y uno de los tantos factores de violencia en este país, nadie hacía nada por evitarlo.

Ni siquiera al hijo de los gobernadores parecía importarle. 

Dentro del baño me ofrecieron tachas a cuatrocientos pesos y tuve que negar suavemente con una sonrisa en la cara aun cuando sentí un escalofrío en la espalda.

Lo que me impresionó de la señora fue el descaro con el que me lo dijo "Una nena por 400 y si me compras cinco hago que un mesero te regale unos shots ¿Qué dices bonita?"

Exhale todo el aire retenido cuando logre entrar a un cubículo.

Mi celular comenzó a vibrar con mensajes

de Pablo pidiéndome que no me alejara tanto tiempo de la mesa. 

Con su creciente carrera en periodismo no necesitaba ser un genio para saber que Pablo estaba informado de sobra acerca de los principales accionistas ilegales de esta clase de lugares.

Eso sin contar la jugosa información que el obtenía por medio de su padre.

Pero, ¿Por qué ahora si se daba el lujo de preocuparse cuando incluso me ignoro todo el año pasado?

Volví a guardar el iPhone en mi bolsa de mano crema dejando a Pablo en visto, luego salí de la poca tranquilidad después de descansar unos minutos de mis tacones.

Como deseaba en este momento tener un par de sandalias para calmar el dolor de tener que intentar caminar derecha en medio del caos.

Pero todo fuera por el outfit. Diría mi sensei de la moda Valentina.

Las botellas de alcohol con velas pirotécnicas eran llevadas por mujeres en poca ropa por los pasillos llenos de gente, el número de gente se había triplicado y se me hacía algo extremo el poder llegar hasta la escalera para subir de nuevo a nuestra área V.I.P.

Una estadounidense borracha rubia me mojo la parte delantera del pecho en alcohol y luego se disculpó entre carcajadas.

Inhale profundamente para alejarme de ahí sin hacer una escena. Ya recordaba perfectamente porque no era fanática de estos lugares. 

Los tres pasillos eran circulares y estaban al aire libre, entonces se podía obtener una buena vista desde casi cualquier ángulo.

El primer piso era dónde la pista de baile se volvía un caos de manos alzadas hacia las luces como si fueran capaces de agarrarlas. 

Las barras libres de color verde estaban repletas de jóvenes dispuestos a emborracharse con alcohol adulterado.

Las barras rojas del segundo piso, servían genuino alcohol y eran parte de la sección VIP, ahí un hombre rubio y de porte imponente sobresalía entre la multitud.

Vestía completamente de negro, con un reloj que parecía hecho de diamantes el cual lo hacía brillar bajo las luces de neón.

La forma en que exhalaba el humo de su cigarro electrónico, el aire de peligro en su mirada... todo en él captaba la atención de cualquiera en la sala.

Otro joven de piel morena, ojos oscuros y nariz gruesa con una perfecta barba recién cortada se acercó a decirle cosas al oído con una cerveza en mano y una chamarra tallas más grandes de las que debería de usar. 

Cuando el hombre de piel blanca se movió de su lugar note la parte trasera de una pistola plateada en el interior de su pantalón.

Justo en ese instante el de cabellos ondulados rubios y yo nos encontramos con las miradas.

Los ojos claros del desconocido me recorrieron con una intensidad que me hizo estremecer. Y luego, esbozó una sonrisa, ladeada y cargada de intenciones hacia mí.

Sentí que los temblores en las piernas se convirtieron en frío cuando el hombre dio un paso para levantarse de su lugar y yo instintivamente decidí huir de ahí.

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