César se estacionó junto a un elegante Lamborghini rojo sangre. La enorme fuente de la entrada, adornada con una estatua dorada de Atlas sosteniendo el mundo, ahora estaba cubierta de confeti metálico que flotaba entre los chorros de agua."Atlas no estaría contento con lo que el mundo se ha convertido," pensó Fausto mientras subía los anchos escalones de piedra blanca.Frente a las anchas puertas principales de madera, Vladimir Kuzlov lo esperaba con dos copas de champagne. —El colombiano casi entra en pelotas a la fiesta, ¿No me estarás volteando la tortilla, Fausto? —bromeó Vladimir con un acento apenas perceptible.Fausto tomó la copa sin entusiasmo. —Cierra el pico, ruso. Hoy me voy a dar el lujo de ignorar las extravagancias de Ulises —respondió Fausto de Villanueva, pasando un brazo por los hombros del sujeto de cabello rubio y rizado. Ambos poseían la misma gran altura. César, como siempre en silencio, los siguió a pocos pasos. Para Fausto, esa era la única manera en la qu
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