5. País de nadie

Indra.

El rubio alzó el arma sobre mí.

El sonido de los balazos me tapo los oídos unos segundos.

Obscuridad.

Eso era lo que reflejaba la sonrisa del hombre haciendo juego con los peligrosos ojos.

—Camina amor, antes de que una bala atraviese ese bonito rostro tuyo—me dijo el hombre con una voz tétricamente dura.

Sin previo aviso el rubio me volvió a levantar por el brazo para poder bajar rápidamente a la primera planta del local donde cuatro jóvenes vestidos de negro y con diferentes armas aparecieron frente a el para protegerlo.

Vasos rotos por doquier, mesas tiradas y los cuerpos aterrorizados de las personas me cortaron la respiración.

El hombre a mi lado bramo órdenes que yo no pude escuchar.

Mire como la mujer rubia que se notaba ahora mismo muy quitada de la pena era cargada en medio del caos por el enojado joven con el rostro lleno de pecas, al mismo tiempo que este parecía regañarla.

El la metió a una camioneta negra sin placas que había tenido la osadía de subir los escalones de la entrada del antro en plena quinta avenida.

En los alrededores cercanos a la entrada principal del antro noté los cuerpos de varias personas tirados en incómodas posiciones, reconocí a tres de las mujeres que venían con la falsa rubia y a dos hombres de la mesa del rubio.

El cuerpo entero me siguió temblando al comprender que estaba viendo cadáveres en pleno corazón turístico de la ciudad.

Todo había pasado en cuestión de minutos, solo minutos bastaron para arrebatarle la vida a estas personas.

La música finalmente se detuvo en medio del caos dando paso a los aterradores gritos de las demás personas. Parecía el infierno.

El sonido de los balazos retorno nada lejano a nosotros.

La camioneta que transportaría a la rubia huyo.

Segundos después otra camioneta RAM había subido las escaleras aplastando todo en el acto.

De esta bajaron hombres encapuchados y armados que me hicieron entrar en estado de shock.

Mi corazón palpitó como loco y sentí que en cualquier momento me iba a dar un paro cardiaco ahí mismo.

El rubio me tomo las mejillas con una mano aplastándolas en el acto fuertemente. Sentí por unos momentos la claridad mental mientras los ojos se me llenaban de lágrimas.

¡Cómo había jodido mi vida tan rápido!

—Será mejor que corras corazón, y por tu propio bien espero no te acuerdes de mi rostro— el hombre de ojos azules hablo de nuevo un poco más calmado hacia mí.

El sujeto me soltó el rostro de golpe y yo lo obedecí como jamás lo había hecho con nadie.

Mis tacones se resbalaron en medio de mi huida, caí de rodillas a un costado de la pista por la sangre... que salía de un turista muerto el cual aún tenía el cigarrillo encendido contra sus labios.

Mi grito sonó demasiado agudo cuando logré trotar entre las periqueras tiradas en búsqueda de una desesperada salida.

—¡Indra aquí! ¡Estoy aquí!— el aire volvió a entrar en mis pulmones cuando alcance a ver la cabeza de abundantes cabellos cafés oscuros de Pablo a través de las rejillas que conectaban al exterior de la quinta avenida.

Mis ojos se alivianaron cuando las lágrimas corrieron libres mientras yo intentaba correr lo más rápido que podía hacia esa voz.

Las sirenas de policía comenzaron a sonar, pero no me atreví a voltear. En cambio subí por encima de los muebles para luego intentar trepar los barandales de metal.

Pablo tomo mis manos entre las suyas para terminar de jalarme hacia el otro lado en medio de la histeria colectiva de gente que corría para todos lados y carros que habían entrado para rescatar a sus seres queridos en el área exclusiva de peatones.

Las plantas de los pies me ardieron al caer sobre las piedras de adorno afuera del antro.

Uno de mis tacones se rompió en el acto y el ligero dolor agudo subió sobre mi pantorrilla izquierda.

Pablo tomo una de mis manos para hacer que corriéramos en medio del caos hacia un callejón que tenía salida del otro lado.

Mi respiración estaba sumamente agitada, nunca fui fanática de los deportes y mi pésima condición lo dejo ver mientras intentaba correr y no cojear detrás de Pablo.

La camioneta Tahoma había aparecido al salir del callejón, la puerta se abrió aun con el transporte en movimiento.

Iba a gritar de nuevo, pero cuando vi la cabeza asustada de Gerry emerger viendo mis ropas manchadas de sangre me intenté calmar.

—Estoy bien —mentí al subir rápido quedando arriba de las piernas de Pablo.

Para mi asombro Juan era el que estaba detrás del volante, Valentina a su lado estaba sollozante mientras atendía una llamada telefónica.

Julieta estaba vomitando en una bolsa de plástico mientras una porrista llamada Belén le recogía el cabello.

Gerry se había lanzado de nuevo a los asientos traseros, intentando mantener despierto a un ebrio Miguel que parecía ajeno en la cajuela de la camioneta.

—¿Y los demás? — le susurre a Pablo en medio de suaves sollozos que no pude controlar. Necesitaba una vía de escape de esta temblorina.

Parecía un sueño. Una pesadilla. Algo que no pasó realmente.

—Están bien. Los choferes sacaron a todos a tiempo, nos encontraremos con ellos en el camino— Pablo me intento calmar con su serena voz mientras me limpiaba las lágrimas de las mejillas.

—¿Qué paso?— me atreví a preguntar buscando su oscura mirada dentro de la noche.

Las proporciones de lo que yo había pensado que podían pasar en una escapada de antro con mis amigos se habían salido de control.

El negó aún con la respiración algo agitada.

—No tengo ni puta idea. Ya sabes que esa gente hace lo que quiere, no le piden permiso a nadie esas malditas bestias— Pablo sonó irritado y Juan que estaba más histérico que todos nosotros juntos, le respondió.

—Maldita sea Pablo de que sirven todos tus contactos si no puedes saber cuando un maldito narcotraficante está en la maldita ciudad ¡Alguien de nosotros pudo haber muerto!— aún llorando Valentina le suplicó a Juan que se controlara.

Mire a su novio que golpeo el volante sacando toda su frustración y aunque no lo quisiera admitir; el miedo.

Pronto quedó atrás la turística quinta avenida.

Las calles mal iluminadas y llenas de grafiti nos envolvieron en un atajo que Gerry le había dado a Juan hasta que de nuevo salimos a una avenida lejos de ahí.

Aun distantes, pude ver pasar las ambulancias y las patrullas repletas de policías.

En una de las avenidas de Playa del Carmen, se nos emparejaron dos camionetas a toda velocidad.

Julieta drogada chillo asustada a pesar de que Valentina y Belén la intentaron calmar diciéndole que eran el resto de nuestro escuadrón de amigos.

Sentí que no tuve voz para calmarla. Lo único que habitaba en mi mente era el latente recuerdo del hombre rubio.

Los policías federales que ahora custodiaban fuertemente armados la salida de la ciudad nos obligaron a detenernos.

Pablo se bajo de la camioneta moviéndome con cuidado en el acto.

—Déjenme hablar con ellos— dijo de nuevo Pablo en un harto suspiro. Lo conocía tan bien para saber que se sentía responsable del desenlace de esta noche.

Aún cuando no era su culpa, Pablo siempre había sido el protector del grupo.

Nadie hablo hasta que Pablo volvió a trepar en la camioneta haciendo que nos amontonáramos en los asientos traseros.

Una patrulla se había colocado delante de nosotros y otra detrás de la camioneta que finalizaba nuestra caravana de jóvenes adultos.

Miré mi vestido lleno de manchas de sangre e inevitablemente mis ojos se llenaron de nuevo en lágrimas.

Cómo bien Juan dijo, alguien de nosotros pudo haber muerto. Pero el destino a nuestro favor les quitó la vida a otros inocentes.

Unos que como nosotros sólo habían salido a disfrutar de una noche de baile y fiesta.

—Hey...tranquila Indra, estás a salvo—Pablo susurro poniéndome una de sus manos sobre mi espalda mientras yo seguía llorando silenciosamente.

Pude haber muerto, me pudieron haber secuestrado; asesinado. Y mis papás se iban a enterar por medio de un periódico porque lo último que yo había dicho antes de marcharme fue una mentira.

Una mentirilla blanca.

¿Con quién exactamente había estado? Ni siquiera sabía el nombre del hombre con el que pasé parte de la noche.

El sol ya había comenzado a salir cuando logramos llegar a la zona hotelera, todas las personas con las que venía en la camioneta habían mentido a sus padres acerca de que esto solo sería una fiesta y pijamada en casa de alguien más.

Así que una supuesta fiesta en casa de mi mejor amiga pudo ser la causa de nuestra muerte.

Solté otro suspiro cuando logramos estacionar.

Las patrullas permanecieron sobre la calle haciendo un operativo de seguridad en los alrededores.

Cuando Juan finalmente pudo abrir la puerta de la camioneta en medio de los temblores de sus manos, lo primero que hizo fue vomitar.

Gerry se quedó pegado a una de las paredes de la casa demasiado pálido, lo mire compartir palabras con sus otros amigos hasta que todos se abrazaron fraternalmente.

Julieta estaba hecha un caos de emociones. Ella, Valentina y Juan se perdieron tras las puertas de la casa para componer a la morena de las drogas, la borrachera y el terror de haber vivido esto.

Pablo también soltó todo el aire retenido cuando abrió nuestra puerta de la camioneta y antes de que bajara lo tome por un hombro.

—Gracias Pablo...por no abandonarme — la voz se me corto.

Pablo me sonrió levemente antes de hablar.

—Se que soy un imbécil pero nunca te abandonaría ¿Qué tan patán me crees Indra? — Pablo finalizo saliendo de la camioneta dejando la puerta entreabierta en el acto.

Lo mire correr hacia Matilda la cual estaba hecha un mar de llanto.

Deje que todos entraran a la casa porque la vergüenza me atrapo mientras me quitaba los zapatos llenos de manchas de sangre los cuales sabía que ya nunca más podría usar.

Tome grandes bocanadas de aire para no perder la poca calma que había logrado juntar.

Luego mire mi muñeca ahí donde habían quedado los moretones de la mano del peligroso hombre.

En ese instante mi IPhone vibro con un mensaje de mamá.

"Buenos días mi niña, espero ya te hayas levantado. Tu hermana ya va por ti, tenemos que terminar de adornar ¡Ya!". Ange Álvarez❤️.

Las lágrimas volvieron a bajar por mis ojos involuntariamente.

Pude haber muerto y mi mamá ni siquiera lo sabría en este momento.

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