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6. El disfraz de lo normal

Indra.

Me di una fría ducha en el baño de Valentina para calmarme completamente. Pasadas las siete de la mañana baje con mi mochila, traía el vestido y los tacones en una bolsa de basura listos para ser tirados.

Me intente despedir de mi mejor amiga, pero ella seguía dormida con Juan y Julieta en el cuarto. A decir verdad, todos habían logrado dormir a pesar de la situación la cual estaba segura a mí me iba a causar pesadillas.

Por supuesto todos estaban descansando a excepción de Pablo, el cual veía el mar desde la ventana abierta en la cocina.

—¿En serio tienes que irte ya?— me pregunto Pablo ya envuelto en una sosa pijama de Navidad.

—¿Crees que puedas tirar esto cuando te vayas? —le pregunte en un susurro.

El me asintió tomando las ropas manchadas de sangre humana.

De gente como él y como yo.

—Indra sé que no es el momento, pero no puedes estar enojada conmigo toda la vida.

Estoy intentando balancear todo esto al mismo tiempo. Sabes que Matilda siempre ha odiado que tu... y yo... —detuve a Pablo abruptamente en nuestra caminata hacia la puerta principal de la casa.

—Matilda debería de mejorar su autoestima antes de hablar y no Pablo, no es el puto momento. Casi morimos ayer...hoy, no sé qué día sea. Estoy cansada y todavía tengo que llegar a arreglar mi tonta casa. Así que luego hablamos— intenté que mi voz no saliera grosera pero no estuve segura de lograrlo.

Jale el picaporte de la puerta de cristal templado y luego saqué el aire de nuevo en un largo y profundo suspiro cuando vi mi demacrado reflejo.

—Lo siento, esta situación me puso histérica, claro que te voy a perdonar. Siempre serás importante en mi vida Pablo. Espero que no olvides eso— termine con firmeza sin voltear a verlo y ahora si salí hacia el gran patio delantero aun en pantuflas directo al Jetta blanco que estaba sobre la tranquila calle.

Bostece mientras colocaba las luces de navidad amarillas arriba de la escalera metálica en el amplio patio trasero de nuestra hogareña casa de dos pisos llena de fauna.

Angelica Álvarez; mi madre era bailarina profesional de Ballet retirada, ahora maestra de arte, tenía un perfeccionismo por cosas que yo nunca entendería y un gusto exquisito por querer siempre ofrecer nuestra casa para fiestas familiares de las cuales no me gustaba mucho ser participe.

Mi hermana mayor Ariana, era de cabellos negros, piel blanca, alta, con una delicada figura con suaves curvas, tal y como mamá en sus mejores años. Ariana era bailarina de ballet también y cursaba su último semestre en la carrera de diseño de modas.

Gruñí cuando Ariana me grito que moviera toda la serie de luces que acababa de poner sobre las enredaderas de plantas a la izquierda.

¡Pero mi madre las quería a la derecha!

—Lo siento Indra, Ari tiene razón. Se ven mejor a la izquierda— mamá me dijo con su característico tono calmo.

Ariana a sus casi veinticuatro años era la diva más insoportable con la que hubiese podido crecer.

Nunca tuve un vínculo con mi hermana mayor y estaba segura de que nunca lo tendría.

Ariana era todo lo que yo no podía ser, delicada, con un excelente gusto por la moda, inteligente y culta frente a todos, agraciada.

Era la bebe de nuestro padre. Ariana Díaz Álvarez la intocable.

—Estoy cansada, que suba Ariana a componerlas— no pude evitar hablar groseramente mientras bajaba las escaleras aporreando los pies con fuerza.

Ariana le susurro a mamá acerca de lo gruñona que me había vuelto y esta vez no respondí nada.

¡Casi había muerto!

Y odiaba el hecho de que mi familia no supiera nada, porque de otra manera no me estarían obligando a hacer esto.

Entre por la puerta de aluminio de la cocina, la cual ya estaba llena de ollas repletas de comida para la noche de mañana.

Mis padres habían invitado solo dios sabrá a cuantos amigos y familiares para recibir el 2018.

Pase por el pasillo lleno de fotografías familiares que conectaba la entrada principal de la puerta de madera a la amplia sala que teníamos con grandes ventanales que daban hacia el patio trasero.

Mire rápido a las otras mujeres de esta familia que estaban colocando las mesas de plástico como si se tratase de una estrategia de ajedrez.

En los sillones de piel café estaba nada menos que el favorito de todos, Emiliano Díaz Álvarez, mi hermano menor de dieciséis años estaba en medio de una partida de videojuegos online frente a la gran televisión.

Sus cabellos despeinados negros estaban sobre los cojines, ni siquiera me tomé la molestia en hablar, me dirigí directo a los escalones de madera para poder investigar lo que había pasado horas antes y dormir un rato.

Finalmente pude encerrarme en mi cuarto.

Solté un suspiro abriendo mi ventana que era cubierta por un enorme árbol que daba hacía el patio trasero.

Mis paredes verdes claras me ayudaban a relajarme siempre que lo necesitaba, lance mi mochila al suelo que había dejado sobre mi cama matrimonial con cabecera café.

Mi repisa de madera estaba llena de libros juveniles, el sencillo tocador también hecho de madera con un espejo y luces donde tenía mi laptop estaba hecho un caos.

Prendí el ventilador en vez del aire acondicionado porque yo era la persona más friolenta que existía en todo Cancún. Con solo una brisa ya quería correr a ponerme el suéter.

Luego desconecte mi celular que había dejado cargando cuando me acosté entre los peluches y almohadas, la luz natural del día me adormeció suavemente, pero me obligue a revisar mi celular.

Las noticias en las redes dejaban ver las fotos de los muertos.

El mundo online estaba hablando de lo sucedido en el lugar donde había estado horas antes.

Galantia parecía una escena de película de terror.

Las fotos a la luz del día en los periódicos virtuales mostraban el candelabro en medio de la pista donde estaban los cuerpos colgados de las personas que había visto en compañía de los rubios.

Ahora algunos ya no tenían extremidades, las mujeres estaban completamente desnudas siendo cosificadas hasta el día de sus muertes. Esto era demasiado gráfico y sádico.

Una lona impresa estaba sujetada por ganchos de metal en una especie de telaraña en los amplios techos.

"El diablo vino por lo que le debían."

¿En que se estaba convirtiendo mi país?

La llamada entrante de mi papá hizo que me asustara y sentara de golpe sobre la cama. Me aclare la garganta antes de hablar.

—Mande pa —dije rápida intentando que mi voz saliera segura.

Guillermo Díaz era el hombre más fuerte y capaz que yo hubiese conocido en mi corta vida. Mi papá era la clase de persona que solía decir orgulloso que por sus venas corría la sangre del mismísimo Porfirio Díaz y mi madre siempre se reía de el en las comidas familiares diciendo que solo porque él había nacido en Oaxaca de Juárez no lo hacía pariente de ese político y militar.

El ídolo de mi padre.

—¿Ya viste las noticias verdad? Mándaselas a tus amigas a ver si a si se les quitan las ganas que tienen de querer salir a cada rato —me mordí el labio antes de hablar lentamente para que Guillermo no sospechara nada de mí.

Aunque hasta Dios sabía que yo era una pésima mentirosa.

—Si pa. Qué horror ¿A qué hora llegas? —intente cambiar de tema rezando que me hiciera caso.

—Voy bajando de Chetumal, yo creo que en la tarde. Preparen todo para azar carne, porque conociendo a tu mamá vamos a comer recalentado hasta el seis de enero—mi papá se carcajeo y yo lo hice con él.

—Te dejo porque estoy en carretera—Guillermo me colgó tan rápido como me marco.

Y ahora si me deje caer de nuevo tranquila sobre mi cama.

Bien, había sobrevivido a toda mi familia. Sobre todo, al respetado Guillermo.

Mi papá fue soldado y comandante de la armada de México durante quince años, a la par hizo una carrera en leyes, una maestría en ciencias políticas y un doctorado en administración pública.

Mi padre había logrado ser asesor en materia de seguridad de los gobernadores del estado en turno desde hace 7 años, sin importar el partido político que estuviera ahora en el poder.

Mi padre era un hombre poderoso y algo dictador cuando se trataba de mantener a salvo a su familia.

Él se había convertido en mi modelo a seguir. Quería ser inteligente como el, ágil como el, fuerte como él.

Pero estaba segura de que no lo era.

A Guillermo le habían ofrecido infinidad de veces puestos políticos públicos en muchos partidos políticos, pero él se negó. Prefirió quedarse oculto en su trabajo sin nunca dar respuestas.

Ahora mismo papá se preparaba para las nuevas campañas políticas a nivel estatal; según sus fuentes el partido que ganaría de nuevo sería el PNPM (Partido Nacional por México) al que desgraciadamente pertenecía la familia entera de Pablo.

Pero para mi padre seria buen augurio si ganaba el candidato a gobernador por el partido PNPM, Iván Borojez ya que el señor era compadre suyo y mi padrino de bautizo.

Iván había aceptado liberar mi servicio social y prácticas profesionales a cambio de apoyarlo en las elecciones.

Yo había estado muy emocionada investigando las instituciones en las que podría participar por un corto tiempo, pero mi padre sin decirme nada ya había arreglado todo con mi padrino.

De manera que ni siquiera tuve voto en una decisión sobre mi vida escolar.

Pero no podía ir contra mi padre, había elegido estudiar la carrera de leyes solo para complacerlo, era eso y que no me dejo tomarme un año sabático para poder barajear mis opciones sobre la mesa.

Odiaba mi carrera, pero nunca se lo diría. No para que me diera una plática de una hora acerca de cómo la vida no era perfecta para nadie.

Siempre me había quejado en silencio acerca de cómo todo funcionaba por medio de palancas en este país.

Se que las instituciones del gobierno están contaminadas a más no poder, que la corrupción e ignorancia ha logrado elevar a niveles críticos la violencia dentro de México. Y lo que más me dolía es que yo no iba a poder cambiar nada.

Periodistas morían a cada rato, presidentes municipales eran asesinados cuando querían hacer el bien, incluso candidatos a la presidencia eran ejecutados si no estaban de acuerdo con los que estaban detrás del poder en el país.

La gente tenía miedo de romper las cadenas del sistema. Y ni hablar de todos los desaparecidos que se intentaban ocultar en las supuestas cifras oficiales del estado.

Los feminicidios que me causaban escalofríos al verlos en las noticias.

No me sentía segura nunca.

Había tanta creatividad e inteligencia dentro del país, gente talentosa en deportes, salud, arte, ciencias, pero como no tenían la dicha de tener un respaldo económico no podían ir más allá de solo tenerlo como un pasatiempo. Eso sin contar que los pocos que podían triunfar huían del país hacia mejores oportunidades.

"Ese no es nuestro trabajo" procuraba quedarme callada en las pocas cenas del partido político a las que había llegado a asistir con mi familia mientras escuchaba a los políticos burlarse de los demás como si ellos fuesen seres superiores.

Con los millones que se desviaban a sus cuentas personales, claro que no era una prioridad para ellos.

Definitivamente un trabajo en el gobierno no era para mí, menos uno que estuviera ligado directamente a la política que parecía un chiste en mi país.

Me quede viendo el techo, estaba a nada de cumplir veintiún años y no me sentía para nada como el adulto que mi familia quería que fuera.

Ni siquiera sabría que haría en mi nuevo trabajo político, conociendo a mi padrino me haría aletear una bandera con su rostro por todas las calles en busca de votos.

Mi celular volvió a sonar con otro mensaje.

"Pruebas del delito tiradas a la basura futura Lic." Pablo Vélez.

Quien iba a pensar que toda esa horrible situación reduciría la mayoría de mis problemas con Pablo, definitivamente no quería estar en malos términos después del susto vivido.

Solamente tendría que averiguar cómo evitar a la loca de Matilda por el resto de su noviazgo.

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