29. Problemas, problemas y más problemas
Fausto.
Guadalajara, Jalisco.
—¡Me vale madres Victoria! ¡Nadie pido tu puñetera opinión!— le grite a la estúpida niña la cual lloraba patéticamente sobre el sillón de piel roja.
Los brazos cruzados de Victoria causaron que se me calentaran las orejas. Y todavía se atrevía la estúpida a hacerme un berrinche.
¡Ya me tenía harto!, Victoria solo lograba manchar nuestro apellido.
Meterme en problemas a mí.
Le debía un enorme favor a Carlota y a Enzo por ayudarme a traer a mi hermana de regreso a México.
Y como odiaba deber favores.
Si no fuera poco el innecesario desmadre de Victoria, también tuve que aguantar todo el camino hacia las oficinas donde estábamos ahora, el puto drama de Carlota acerca de por qué no la lleve a la cena en Cancún.
"No se me hincho el huevo de llevarte Carlota" quise contestar en el momento.
Pero, primero tenía que lidiar con la buena para nada de Victoria y sus tremendas cagadas de pata.
—Solo quería ayudarte, tu nunca me dejas ayudar. ¡También es mi here